Santos: luz verde para la
guerra sucia en Colombia
October 14, 2011
18:56
by José Antonio
Gutiérrez D.
Como parte de
una controvertida reforma a la Justicia (que produjo un amague de choque entre
el Ejecutivo con la Corte Suprema y el Consejo del Estado)[1], el gobierno de
Juan Manuel Santos incluyó, a última hora, entre gallos y media noche, un
artículo que “establece la presunción de que los delitos cometidos por policías
y militares corresponden a actos de servicio y serán conocidos sólo por la
justicia penal militar, salvo puntuales excepciones”[2]. El artículo decía
textualmente “En todo caso, se presume la relación con el servicio en las
operaciones militares y procedimientos de la Policía Nacional. En estas
situaciones, cuando haya lugar al ejercicio de la acción penal, la misma se
adelantará por la Justicia Penal Militar y Policial”. Según el Ministro de
Defensa Pinzón, es necesario para proporcionar “mayor seguridad jurídica”
(¿impunidad?) a la tropa en su guerra contrainsurgente. Aún cuando la impunidad
sea altísima en Colombia, sobretodo en lo relativo a crímenes de Estado (los
cuales bordean el 98%), este artículo no oculta su pretensión de volverla
absoluta, haciendo aún más vulnerable de lo que ya es a la población.
Pese a esta
elevada impunidad, la tenacidad de algunas organizaciones defensoras de
derechos humanos, así como la labor de ciertos jueces independientes de
carácter (la que han pagado siendo víctimas del acoso de los organismos del
Estado[3], llegando algunos a ser asesinados[4]), han llevado a un número
relativamente insignificante de uniformados ante los tribunales (4.280 procesos
judiciales, insignificantes desde la escala de las atrocidades que se cometen
en Colombia, pero significativo desde el punto de vista político[5]) por su
participación en crímenes atroces, lo cual ha sido suficiente para generar
pavor entre las filas castrenses. Según, el senador oficialista Roy Barreras,
“además del temor de los militares de perder la vida en combate, está el temor
de terminar en la cárcel tras una condena en la que la investigación y el
juzgamiento la hacen civiles que desconocen el lenguaje y los procedimientos de
la guerra”[6]. Mediante este sofisma, el Estado colombiano se saca su careta de
“democracia asediada” y de “respeto a los derechos humanos” para mostrar, al
desnudo, la necesidad que tiene de echar mano al terrorismo de Estado y a los
crímenes atroces para avanzar en la guerra contrainsurgente... procedimientos
que los “burros civiles” o desconocen o no aceptan de buena gana.
A pesar a toda
la retórica vacía del gobierno de Santos de que su estrategia militar se apoya
en el respeto irrestricto a los derechos humanos (en parte, ingeniada para
sacarse de encima el pesado bulto de los “falsos positivos” que le pena desde
su época de Ministro de Defensa estrella del anterior gobierno), en palabra de
sus propios ministros y parlamentarios, los derechos humanos representan un
estorbo al Ejército. El respeto a los derechos humanos causa “temor” a los
militares, que estarían bien empapados del lenguaje y los procedimientos de
esta guerra sucia.
No es necesario
aclarar en detalle las limitaciones obvias de la Justicia Penal Militar, la
cual pone al ladrón a juzgar al ladrón –no hay de qué sorprenderse que los
escasos procesos que han terminado en condenas de militares, sean por obra y
gracia de la justicia ordinaria (casos que incluyen la desaparición de
personas, la promoción de escuadrones de la muerte para violar y torturar a
“sospechosos” y que incluyen el secuestro de civiles para asesinarlos y
presentarlos como “guerrilleros dados de baja en combate” –o “falsos
positivos”- entre otros crímenes igualmente perversos). Existen también
limitaciones más específicas las cuales ya han sido suficientemente denunciadas
por el parlamentario y dirigente del Movimiento Nacional de Víctimas de
Crímenes de Estado (MOVICE), Iván Cepeda, quien aclaró que ésta no cubre temas
como el narcotráfico, extorsiones, violaciones de derechos humanos, concierto
para delinquir, entre otros –todos temas por lo cuales algunos uniformados hoy
están compareciendo ante las cortes.[7]
Todo sería,
ahora, “actos de servicio”. Como botón de muestra de lo que interpreta el
Estado como “actos de servicio”, tenemos el alevoso asesinato a tiros por la
espalda del adolescente graffitero Diego Felipe Becerra[8], el cual ha sido
pasado a la Justicia Militar porque la Fiscalía estimó que este inexcusable
infanticidio constituiría un “acto de servicio”[9]. Difícil es negar, con esta
clase de “criterio”, que Colombia no sólo sea el imperio de la impunidad, sino
también el de la arbitrariedad.
Debido a la
polémica que esta inclusión ocasionó a última hora, el Ministro del Interior,
Vargas Lleras, afirmó el viernes pasado que, finalmente, este artículo no haría
parte de la reforma, sino que se presentaría como otro proyecto[10]. Independientemente
de si la ampliación del fuero militar haría parte o no de la reforma judicial,
lo cierto es que lo que esta propuesta pone en el tapete es la necesidad que
siente el gobierno de Santos de profundizar la guerra sucia como una manera de
contener los avances de la insurgencia, cuyos ataques crecen de manera
sostenida desde el 2005, pero los cuales son más evidentes desde el 2009.
Empantanamiento de la salida
militar al conflicto social y armado
Más allá del
triunfalismo mediático que se impuso durante la última década, como parte de
una guerra psicológica desde el Estado, la insurgencia está lejos del “fin del
fin” como aseguró el 2008 el venido a menos general Montoya. En lugar de
sucumbir ante la gigantesca ofensiva montada con miles de millones de dólares
aportado por el gobierno de los EEUU para el Plan Colombia, con tantos más
aportados para planes de “cooperación cívico-militar” y planes de
“consolidación”, con un hipertrofiado ejército cercano al medio millón de
hombres, con toda la asistencia técnica que reciben de Israel o EEUU, con un gasto
militar sostenido superior al 5% del PIB, con una red de informantes de
dimensiones más propias de la Alemania Nazi que de una supuesta “democracia
occidental” (dos millones de personas oficialmente reconocidas), con miles de
paramilitares realizando tareas de milicia privada en prácticamente todo el
territorio, con bombardeos de proporciones bíblicas en los cuales se arrojan toneladas
de bombas sobre la selva (no es casual el nombre de la “Operación Sodoma”), con
la colaboración militar de los gobiernos “progresistas” de Venezuela y Ecuador…
con toda esta presión militar, la insurgencia, lejos de haber sido derrotada,
ha asimilado los golpes, ha readecuado su estrategia y ha retomado, en vastas
regiones del país, la ofensiva.
Esto no es algo
que se estén inventando los “áulicos de la guerrilla”, como solía llamar el ex
presidente Uribe Vélez a quien osara cuestionar su “revelada y divina” política
de la (in)Seguridad (anti)Democrática. No, es algo que reconocen organismos
como la Corporación Nuevo Arco Iris (CNAI), dirigida por el estrecho
colaborador del presidente Santos y entusiasta partisano de la Seguridad
Democrática, León Valencia.
¿Qué dicen los
últimos informes de la CNAI? Según el informe titulado “De la Guerra de Jojoy a
la Guerra de Cano”[11], las FARC-EP habrían readecuado su estrategia en varios
aspectos cruciales mediante el llamado “Plan 2010”:
Abandono de la guerra
de posiciones y las grandes movilizaciones de tropas que caracterizaron al
período de 1996-2007; vuelta a la movilización de pequeños contingentes de alta
movilidad para evitar ser detectados por aire y predominio del hostigamiento
como forma de ataque;
Descentralización
de las estructuras guerrilleras para absorber los golpes del ejército a los
mandos medios y a los comandantes;
Creación de
Unidades Tácticas de Combate con expertos en explosivos y especialización de
guerrilleros como francotiradores;
Creación ad hoc
de “comandos conjuntos de área” entre diferentes frentes que se combinan y
dispersan en función de tareas específicas (a lo menos se han registrado cinco
de estos);
Desarrollo de
campos minados con minas colgantes y estrategias de minas ofensivas al borde de
caminos (en el informe del 2008, describen estas minas de carácter ofensivo
como “campos minados muertos” que se activarían a control remoto al paso de la
tropa o las patrullas)[12];
En un nuevo
informe, “La Nueva Realidad de las FARC” dan cuenta de nuevos aspectos de la
estrategia militar de las FARC-EP:
Utilización de
carros bombas que facilitan hostigamientos a guarniciones militares sin
necesidad de agrupamientos masivos de tropas;
Desarrollo de
cuerpos de élite, los “pisa suaves” que se especializarían en penetrar las
líneas de guardia de diversos frentes y hostigar con ataques explosivos desde
la retaguardia
Sobre el ELN,
los informes de la CNAI confirman una tendencia al fortalecimiento de esta
guerrilla y a la consolidación de su hegemonía en tres áreas del país –Cauca,
Nariño y Arauca. Ha habido expansión de sus frentes en el Chocó, Antioquia y
mantiene su presencia en áreas como el Sur de Bolívar, Cesar y Norte de
Santander. El pacto político-militar con las FARC-EP no solamente habría
servido para controlar el conflicto entre ambas organizaciones en ciertas
regiones como Arauca, sino que además para potenciar la lucha contra las
fuerzas del Estado colombiano. Su estrategia militar ha estado caracterizada
por:
La organización de
estructuras pequeñas y el fortalecimiento de las redes de apoyo;
Estrategia de
repliegue durante la mayor parte de la década para evitar el golpe directo de
la ofensiva del ejército-paramilitarismo;[13]
Los resultados
no dejan de ser sorprendentes para quienes han digerido años de propaganda
sobre el “fin del fin”: el 2010 terminó con más de 2.000 bajas en la Fuerza
Pública[14] -1.855 bajas solamente hasta Septiembre del 2010 según la CNAI[15].
Entre enero y Mayo del 2011, la Fuerza Pública ha sufrido 967 bajas[16].
Tampoco se ajustan estos resultados al escenario descrito por el ex Ministro de
Defensa Rivera, quien definía estas bajas como “patadas de ahogado”, como
“acciones desesperadas” de una insurgencia acorralada.
Obviamente, los
golpes insurgentes han remecido al gobierno de Santos, propiciando un recambio
de Ministro de Defensa en Septiembre, con la salida del entonces ministro
Rodrigo Rivera, y la entrada de Juan Carlos Pinzón. De la misma manera, se
cambió la comandancia de las Fuerzas Militares, pasando la comandancia general
del almirante Edgar Cely al general Alejandro Navas. Cambios que, sin duda,
reflejan la insatisfacción del establecimiento por el rumbo de la guerra[17].
Pero también
estos golpes han tenido un impacto sobre la moral del Ejército. Según el último
informe de la CNAI, la situación de desgaste o desmoralización de las tropas
del Estado se deberían a los embates de la nueva estrategia de lucha
guerrillera, la prolongación de campañas militares infructuosas y la certeza de
que el anunciado “fin del fin” no tiene para cuando. Según, este mismo informe,
la estrategia de las Fuerzas Armadas ha sido exitosa desde una perspectiva
mediática, pero no así en el terreno de combate[18]. Es decir, se puede mentir
a ese sector del país idiotizado con la televisión y la propaganda del
gobierno, pero no a quienes viven el conflicto en carne y hueso.
Es comprendiendo
este panorama que mejor entendemos las voces que surgen hoy para culpar a la
rama judicial del empantanamiento militar. “La tesis se desprende de la que se
oye hace tiempo en los cuarteles: no se puede ganar una guerra sucia con armas
limpias”[19].
Más allá de la dicotomía
santismo-uribismo: una guerra de clase contra los campesinos y los sectores
populares
Pese a todos los
esfuerzos de los apologistas de Santos para mostrarlo como una versión
civilizada de su predecesor, el cavernícola Uribe Vélez, los argumentos con los
que han defendido la ampliación del fuero militar, reproducen al pie de la
letra la cantinela recitada por el proto-fascista asesor presidencial de Uribe,
José Obdulio Gaviria, quien ha expresado que la desmoralización del Ejército se
debe a que “las fuerzas militares y hasta la policía están siendo víctimas de
una persecución muy fuerte de parte de la fiscalía (…) Cualquier operación de
la fuerza pública es examinado como si fuera un crimen, Y eso ha bajado
muchísimo la moral de las fuerzas armada”[20].
“La guerra hay
que ganarla, carajo, aunque haya que masacrar a media Colombia; si usted mata
diez patirrajados seguro que hay un guerrillo entre medio”. Esto no lo dicen
textualmente en público, pero es lo que se desprende de todas las
intervenciones de la élite política y militar.
Una lógica
parecida ha sido aplicada por José Félix Lafaurie, presidente de la Federación
de Ganaderos (Fedegán), gremio que apoyó activamente al surgimiento de la
maquinaria de muerte paramilitar conocida como las Autodefensas Unidas de
Colombia (AUC), organismo responsable del asesinato y desaparición de decenas de
miles de colombianos, y del desplazamiento forzado de millones de campesinos
cuyas tierras han terminado en buena medida en las manos de latifundistas
ganaderos. Los ganaderos no ocultan su interés en profundizar la guerra
contrainsurgente que les ha dado enormes privilegios económicos, como lo revela
el último informe del PNUD[21]. En realidad, ellos están en el centro del
conflicto social y armado que vive Colombia y son una parte integral de las
“condiciones estructurales” que alimentan la violencia política. Lafaurie,
insiste, al igual que José Obdulio Gaviria, que la baja moral de las tropas
“está en que la justicia y la sociedad se volvieron en su contra y se nutre de
una estrategia de desprestigio mediático de la institución”[22]. Es decir, la
sociedad debería callarse ante los falsos positivos, los bombardeos
indiscriminados, los escuadrones de la muerte, la violencia sistemática contra
la población.
En otro
artículo, Lafaurie, ha definido a los militares como “ciudadanos especiales,
fuera del común”, que no pueden ser juzgados por una justicia ordinaria, aún
cuando sus crímenes afecten a la población civil, porque ésta desconocería las
tácticas y estrategias de guerra. Implícitamente, se reconoce que la violación
a los derechos humanos es parte de estas “estrategias”. Pero la “lógica”
perversa de este argumento (que la justicia civil desconoce los “procedimientos
de guerra” y por tanto estaría inhabilitada para juzgar a militares) ha sido
brillantemente evidenciada por el columnista Alfredo Molano, quien indica que “Los
militares argumentan que la justicia civil no sabe de conductas militares y por
tanto no puede fallar sobre ellas, que es como decir que porque los jueces no
son empresarios no deben fallar en delitos mercantiles; o que por no ser médicos
deberían abstenerse de fallar en casos de homicidios culposos por, digamos,
dejar un bisturí en la barriga de un cliente operado de apendicitis. A ese paso
llegamos a que sólo los ganaderos están habilitados para legislar en materia
agrarias. Mejor dicho, ¿para qué leyes habiendo armas?”[23] Pero ¿cuál es la
conclusión a la que llega Lafaurie con esta perversa “lógica”? Sin pelos en la
lengua, dice que “necesitamos dotar de garantías a los hombres y las
operaciones militares. Estamos en mora de despejar el camino a nuestros héroes
anónimos. Necesitamos reconocer la naturaleza de estos hombres y aliviar el
desasosiego que acompaña la tarea de ser militar hoy en Colombia”[24]. Lafaurie
insiste en otra columna escrita en Septiembre que “la urgencia de mejorar el
bienestar de la fuerza pública, que pasa (…) por fortalecer el Fuero y la
Justicia Penal Militar (…) Una democracia plena como la nuestra puede y debe
derrotar a los violentos, y lo hará de la mano del Fuero Militar. Las guerras
se ganan en el corazón de los soldados”[25].
Es importante
referirse a las declaraciones del Presidente de Fedegán, porque ellas reflejan
a los sectores que se han enriquecido mediante y que hoy buscan profundizar la
guerra, los sectores que jamás apostarán a una solución política del conflicto
armado que ponga en cuestión la posesión ilegítima que tienen del 39% de las
tierras. Resulta además claro que esta auténtica ofensiva mediática de su cara
más visible preparó el terreno para que este artículo de ampliación del fuero militar
fuera sacado de la manga ahora que se debate la reforma judicial. No queda
duda, con esta clase de intervenciones, cuáles son los intereses que defienden
los soldados en la guerra.
La naturaleza de
clase de este conflicto, así como el rol de los ganaderos que representa
Lafaurie, son evidenciados en un relato sobre el desplazamiento campesino en
los corregimientos de Guanapalo y Charras, en San José del Guaviare, en un
informe que ya hemos citado de la CNAI:
“El
representante a la Cámara Ignacio Antonio Javela adquirió 1.250 hectáreas de
tierras a los campesinos de esa región, pero otros comienzan a desplazarse ante
amenazas e intimidaciones. Mientras, grupos ilegales rearmados han comenzado a
posicionarse sobre toda la denominada Trocha Ganadera, donde actualmente
ejercen presión contra algunas comunidades campesinas. Las FARC, por su parte,
han prohibido a los campesinos vender sus predios y han manifestado que
defenderán la zona de otros grupos armados ilegales.
Tácitamente se
trata de desplazar para concentrar la propiedad de la tierra. Las compras
masivas a muy bajo precio o la intimidación armada han llevado a
desplazamientos gota a gota en esta región. Paradójicamente, el que garantiza
la propiedad a campesinos y colonos es un grupo armado ilegal –las FARC- y no
el Estado.”[26]
Digamos,
solamente, que no hay nada de paradójico en esta situación si se entiende la
dinámica de clases que en última instancia explica el conflicto colombiano (la
cual es frecuentemente velada con discursos que plantean el debate en la falsa
contradicción ilegales vs. legales) y que esto no es nada tácito sino una clara
política de Estado, ligada a las locomotoras del Plan de Desarrollo Nacional de
Santos y a los intereses seculares de los gamonales y cacaos colombianos. El
último informe del CODHES nos dice que buena parte de la expansión paramilitar
se está dando en zonas de “consolidación” o de fuerte presencia de la fuerza
pública. Según ellos, en el primer semestre del 2011, según sus informaciones
parciales y preliminares, se habría desplazado a unas 89.750 personas, de ellas
el 28% provendrían de las zonas de consolidación territorial del Estado[27], lo
cual es coincidente, grosso modo, con las cifras globales de desplazamiento de
2010, que indicarían un 33% de desplazamiento de las zonas de
consolidación[28]. Este desplazamiento va de la mano, como hemos dicho, de las
“locomotoras”, de los megaproyectos, del agronegocio, del latifundio, de la
palma, del caucho, de la minería[29].
Al final de
cuentas, más allá de la dicotomía que se ha pretendido hacer entre la política
de Uribe Vélez y la de Santos, hay una continuidad de este modelo de guerra que
beneficia un patrón de enriquecimiento por despojo violento.
La dialéctica política del
conflicto social y armado
Los ganaderos saben muy bien por qué piden a gritos profundizar la
impunidad y con ella la guerra sucia: porque un conflicto que no es solamente
militar, sino ante todo social como el colombiano no puede ganarse sino
mediante la aplicación a gran escala del terrorismo de Estado en contra de la
población. Esto lo explica muy bien Ever Veloza, alias HH, uno de los
paramilitares que hizo por varios años el trabajo sucio del Estado al mando de
las Autodefensas Campesinas de Córdoba y el Urabá (ACCU) y más tarde, de las
AUC, sobre la estrategia de tierra arrasada del paramilitarismo en una
entrevista en el 2008:
“La guerrilla
está, pero no está tan fuerte como antes. Cuando nosotros empezamos en las AUC
la guerrilla tenía el control de todo el país, como en el Urabá. Hoy en día la
guerrilla está en sectores marginales. Por eso el movimiento de las
autodefensas no fracasó. Fue tanto el crecimiento y la penetración de las
autodefensas a nivel nacional que mire cuántos políticos hay en la cárcel por vínculos
con nosotros, cuántos militares hay vinculados, cuántos empresarios. Yo creo
que fue un éxito total.”[30]
Quizás un éxito
en lo puramente militar, en lo inmediato, más no así un éxito sustentable o
total si se considera la naturaleza social del conflicto. Desde el 2008, cuando
HH hace estas declaraciones, la insurgencia ha logrado revertir los avances de
las Fuerzas Militares durante la primera fase del Plan Colombia y han vuelto a
mostrar un renovado dinamismo. Ese dinamismo está ligado, indudablemente, a la
dialéctica política del conflicto, por más que el discurso oficial intente
“pabloescobarizar” a la insurgencia[31] – algo que, por lo demás no es nada
nuevo, ya que desde el comienzo se ha buscado “bandolerizar” o “chusmear” a la
insurgencia para así negar las profundas causas estructurales, políticas y
sociales que la animan. La paradoja, es que mientras se niega que la
insurgencia tenga motivaciones políticas, el ejército trabajo de la mano con
grupos paramilitares que se definen como “anti-comunistas”[32]. No debe
sorprender que el oficialismo niegue la legitimidad política de la insurgencia
–jamás una tiranía (y Colombia, desde el punto de vista político y humanitario,
no puede ser considerada otra cosa pese a los formalismos democráticos
ritualizados) ha aceptado la legitimidad de quienes la interpelan[33].
Pero los
informes mencionados de la CNAI, a contravía de estas declaraciones oficiales
por parte del gobierno de que la insurgencia no tendría sustento ideológico,
nos entregan algunas luces sobre la complejidad ideológica en el mundo de la
insurgencia. Más aún, nos señalan que es en el terreno de lo político donde se
encuentran en gran medida las raíces de este nuevo dinamismo de la insurgencia.
Sobre las nuevas orientaciones políticas en la insurgencia, nos señala un
informe relativo a las FARC-EP que “‘Alfonso Cano’ (…) logró darle al grupo
guerrillero una nueva estrategia militar y un nuevo rumbo político. Este
antropólogo, a pesar de sus raíces urbanas, pudo coordinar a la guerrilla de
las FARC compuesta mayoritariamente por campesinos (…) En los últimos años a
pesar de la violenta persecución que desató la Fuerza Pública, con la Operación
Fuerte, ‘Cano’ ha logrado tener una actualización académica, los libros de Toni
Negri, Zizek, Chomsky ya hacen parte de la bibliografía actual de este
comandante en jefe de las FARC (…) Esta apertura ideológica, si bien, no ha
modificado su forma de ver la vida desde el marxismo ortodoxo, le ha concedido
[sic, conseguido] dar ese nuevo rumbo político a las FARC”.[34]
Es esa dinámica
política la que explica los señalamientos de Santos en un discurso el 28 de
Septiembre en una base militar en Nariño: “Sabemos muy bien que la estrategia
de las Farc va a ser la de estimular la protesta social y la de infiltrar esa
protesta social para producir violencia, producir caos”[35]. No es casualidad
el innegable tufillo “uribista” de estas temerarias acusaciones, que nuevamente
ponen en contradicho a quienes, mediante toda clase de contracciones, pretenden
mostrar a Santos como un “paladín democrático” (a diferencia de su predecesor y
maestro Uribe). Reflejan una comprensión de que el conflicto no es solamente
armado, sino que ante todo social, y que la reactivación de la protesta popular
tiende a ser coincidente con la reactivación de la lucha armada, no porque los
movimientos sociales o las organizaciones populares sean “fachadas de la
guerrilla” o “guerrilleros de civil” como frecuentemente dicen las élites para
estigmatizar y para minar la legitimidad de los movimientos –como si no hubiera
causas legítimas para la protesta por parte de estudiantes, campesinos,
cocaleros, trabajadores y comunidades. Para esas élites, toda marcha es un
“siniestro plan del terrorismo” para perturbar la paz social en su apacible
país de las maravillas. La realidad, es otra: cuando hay un incremento del
malestar social y de la protesta popular, es natural que la insurgencia
canalice parte de este malestar porque ella ha sido, gústele o no al
establecimiento, una forma de respuesta histórica del pueblo a la violencia
sistemática del Estado contra los de abajo. Uno podrá considerar que es una
respuesta buena o mala, pero es innegable que la insurgencia no viene de la
Luna a "infiltrar" al pueblo, sino que son producto de las entrañas
mismas de las clases populares. Para amplios sectores en Colombia,
fundamentalmente rurales, la insurgencia sigue siendo una respuesta legítima
contra la violencia de clase institucionalizada por los gamonales, cacaos,
ganaderos y sus socios multinacionales.
Callejón sin
salida para la vía militar
Ante el aumento
progresivo de la protesta social desde el 2002[36], el cual se ha vuelto
explosivo desde el 2008, y ante la persistencia y el reacomodo de la lucha
armada –reacomodo que no sólo es militar, sino también político como hemos
visto-, es de esperar que el gobierno intente salir del empantanamiento del
conflicto mediante la profundización de la guerra sucia. Y ahí está la
contradicción vital de la oligarquía colombiana: que sus avances en lo militar
se comprometen por lo político, y que la profundización de la guerra sucia
tiene un efecto degradante ante todo en sus propias filas. No es la
judicialización de militares, como hacen creer los José Obdulio Gaviria o los
José Féliz Lafaurie, lo fundamental detrás de la desmoralización o el desgaste
de las Fuerzas Armadas en Colombia. Sólo en cierta medida lo son las tres causas
dadas por el CNAI: las expectativas imposibles de una victoria fácil
alimentadas en el último período de Uribe Vélez, el hecho que las campañas sean
cada vez más largas e infructuosas, así como los golpes crecientes de la
insurgencia. Es mi opinión que el factor sin lugar a dudas de mayor peso en la
desmoralización de las tropas del ejército colombiano es la naturaleza misma de
la guerra absurda que pelean en defensa de ganaderos, multinacionales
extranjeras y gamonales criollos, quienes los desechan apenas ya no les son de
utilidad. Es la naturaleza misma de una guerra degradada (y degradada
fundamentalmente por la acción del Estado y su herramienta paramilitar) la que
está en la base de la desmoralización de la tropa.
Por más que la
propaganda oficial insista que en “Colombia los Héroes Existen”, la tropa sabe
que allá donde se pelea la guerra, donde el conflicto se sufre en carne y
hueso, en el terreno, las percepciones son muy diferentes a las de los
televidentes citadinos que creen todo lo que Caracol les dice. Siguiendo con
este mismo informe del CNAI: “la corrupción de miembros de la Fuerza Pública
hace que la población desconfié de la institucionalidad. En los Llanos
Orientales, por ejempo, con el Plan Consolidación lo que se observa es que a medida
que la Fuerza Pública desplaza a las FARC, los hombres del ERPAC [ie., un
escuadrón paramilitar] van tomando este tipo de posiciones, en Córdoba algunos
miembros de las Fuerzas Militares parecen uno sólo con ‘Los Urabeños’ y ‘Los
Rastrojos’ [ie., dos bandas paramilitares] (…) Durante el trabajo de terreno
realizado para realizar (sic) el presente informe, se logró detectar que las
Fuerzas Militares funcionan en algunos territorios como fuerzas de ocupación.
Nuevamente, La Macarena es el mejor ejemplo, allí las denominadas brigadas
cívico-militares parecen acciones típicas de fuerzas de ocupación, sirven para
hacer censos, listados de personas, pero no para consolidar el Estado de
Derecho. La tropa aún sigue viendo a la población civil como un enemigo”[37].
En estas
condiciones, ¿cómo se espera ganar el conflicto social y armado por la vía
militar?
La
insatisfacción con la presencia militar en las regiones de tradición
guerrillera se refleja en un informe de Gary Leech escrito hace unos meses
sobre las operaciones en contra de “Alfonso Cano” en el Tolima: “La mayoría de
las comunidades en la región han vivido bajo el control de las FARC por
décadas. Un líder comunitario en Limón explica que las FARC aseguraban que no
hubiera violencia ni crímen, y que los campesinos no dañaran el medio ambiente.
Bajo el control del Estado el crímen va en aumento y la economía no ha mejorado
(…) Pese a estos reveses, la fuerza militar así como el apoyo popular a las
FARC se mantiene relativamente intacto en sus baluartes tradicionales”[38]. A
comienzos de Agosto del 2008, en el Tiempo apareció un artículo inusualmente
honesto que refleja las dificultades de la lucha contrainsurgente en el
Sumapaz: “el Ejército se ha encontrado con una población que lo mira con
desconfianza. Caseríos tradicionalmente comunistas cierran sus vitrinas y su
comercio para los soldados y por allí hasta se ven carteles con la frase 'Reyes
vive'”[39]. Situaciones parecidas se ven en todos los territorios en conflicto,
en áreas tanto de influencia de las FARC-EP o del ELN, o de grupos insurgentes
menores que también existen.
Mientras tanto,
la guerra sucia continúa con su inercia de seis décadas. Bombardeos
indiscriminados en Chaparral; envenenamiento con glisofato de las poblaciones
en el Chocó y en el Bajo Cauca Antioqueño; descuartizamientos, masacres y
violaciones en Guapi, en el Sur de Bolívar, en Nariño, realizados por
paramilitares en perfecta connivencia con el Ejército y la Policía; cercos
paramilitares en Curvaradó y Jiguamiandó; secuestro y asesinato de civiles para
presentarlos como “falsos positivos”; estrategias como la red de cooperantes
que en las propias palabras del informe de la CNAI “parecieran más encaminadas
a destruir cualquier tipo de organización social que intente prosperar en la
zona”[40]. Ya lo dijimos: no se puede ganar la guerra sucia con armas limpias.
¿Nos puede sorprender la desmoralización de una tropa enfrentada de manera
sistemática a esta clase de prácticas degradadas? Que no se culpe, pues, a los
jueces.
La salida militar
que se impuso como el discurso único de los círculos dominantes está
enfrentando una grave crisis de legitimidad, acechada por acuciantes
interrogantes ¿Qué tipo de sociedad se puede crear mediante esta violencia de
clase? ¿Qué sentido tiene el “triunfo militar” al que aspira el Estado mediante
la profundización de la guerra sucia? Pues, aunque el gobierno de Santos
insista en que “no ha tirado las llaves de la paz”, en su lenguaje la paz
equivale a la victoria militar, la cual puede ser en el campo de batalla o en
la mesa de negociación ante una insurgencia aislada y desmoralizada. En su
lenguaje, la paz equivale a la desmovilización de las tropas insurgentes y eso
no es sino un escenario de victoria militar.
Las llaves de la
paz no se encuentran, pese a lo que pueda creer el gobierno, en el campo de
batalla sino en el campo de la lucha de clases: las tiene el movimiento popular
que comienza hoy a dar pasos muy importantes de articulación y movilización,
como se aprecia con ciertas iniciativas de convergencia popular y encuentros
como los de Barrancabermeja y Cali que dan muestras del deseo del pueblo de
convertirse en un actor en derecho propio, gestor de su propia
institucionalidad, de su propio poder, de su propio proyecto de futuro. Ellos
vienen elaborando las propuestas para la solución política; porque saben que
paz no significa sencillamente ausencia de conflicto. De poco sirve que se
declare con bombos y platillos la paz cuando subsista la violencia
institucionalizada del Estado, esa violencia sistemática del sistema
capitalista que aniquila por física hambre a miles de colombianos año tras año.
Esa violencia que se expresa en Tratados de Libre Comercio y en un Desarrollo
Nacional que destruye las comunidades y la vida de los seres humanos. Es la hora
de evocar una vez más los horizontes emancipatorios que han animado al pueblo
colombiano durante décadas, entender estas aspiraciones y necesidades
profundas, leerlas y actualizarlas bajo el signo de nuestros nuevos tiempos.
Mientras el Estado se prepara para profundizar la guerra sucia, el pueblo se
prepara para profundizar su proyecto emancipador.
José Antonio
Gutiérrez D.
14 de Octubre,
2011
[1]
http://elespectador.com/noticias/judicial/articulo-2895...forma
[2]
http://www.semana.com/politica/gobierno-incluye-ampliac....aspx
[3]
http://anarkismo.net/article/16405 http://anarkismo.net/article/16403
[4]
http://anarkismo.net/article/19272
[5] Estamos
hablando de poco menos del 1% de los uniformados siendo procesados por
violaciones graves a los Derechos Humanos, en circunstancias que estas
prácticas terroristas son ampliamente aplicadas en la institución castrense,
son aprendidas y transmitidas en cadena de mando.
[6]
http://www.semana.com/politica/gobierno-incluye-ampliac....aspx
[7]
http://elespectador.com/noticias/judicial/articulo-3040...lidad
[8]
http://www.eltiempo.com/colombia/bogota/ARTICULO-WEB-NE....html
http://www.semana.com/nacion/diego-felipe-muerte-muchas....aspx
[9]
http://www.semana.com/nacion/caso-patrullero-disparo-gr....aspx
[10]
http://www.semana.com/nacion/reversazo-del-gobierno-tem....aspx
[11] En “Revista
Arcanos” Número 16, Abril del 2011, pp.28-47.
[12] “La Guerra
contra y de las FARC”, en “Revista Arcanos”, Número 15, Abril del 2010, p.20.
[13] “ELN:
Debilitamiento Nacional, Fortalecimiento Regional”, en “Revista Arcanos”,
Número 16, Abril del 2011, pp.62-72.
[14]
http://www.ddhh-colombia.org/html/noticias%20ddhh/estad...1.pdf
[15] “La Nueva
Realidad de las FARC”, p.42
[16] Ibid, p.9
[17]
http://www.elespectador.com/noticias/judicial/articulo-...tares
[18] “La Nueva
Realidad de las FARC”, p.10. Reconocen, por ejemplo, que la muerte del ‘Mono
Jojoy’ no trajo las desmovilizaciones masivas que se esperaban, y por el
contrario, el ejército enfrentó una tenaz resistencia, con tres o hasta cinco
combates diarios semanas después del bombardeo, lo cual no indica,
precisamente, desmoralización de la insurgencia aún ante un golpe tan
contundente.
[19]
http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-299...acaos
[20]
http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2011/07/110719_colo...shtml
[21]
http://pnudcolombia.org/indh2011/index.php/el-informe/r...vo/31
[22] El
Colombiano, 3 de Septiembre, 2011, puede consultarse en
http://www.pensamientocolombia.org/DebateNacional/?p=37516
[23]
http://elespectador.com/impreso/opinion/columna-299951-...acaos
[24] El Heraldo,
16 de Septiembre, 2011, puede consultarse en http://www.pensamientocolombia.org/DebateNacional/?p=37922
[25] El
Universal, 10 de Septiembre, 2011, puede consultarse en
http://www.pensamientocolombia.org/DebateNacional/?p=37737
[26] “La Guerra
de y contra las FARC”, p.9 (subrayado nuestro)
[27]http://www.codhes.org/images/stories/pdf/codhes%20infor...8.pdf
[28]
http://www.codhes.org/images/stories/pdf/bolet%C3%ADn%2...7.pdf
[29]
http://anarkismo.net/article/19933
[30]
http://www.elespectador.com/impreso/judicial/articuloim...fiesa
[31]http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/L/las_far...a.asp
[32] El Ejército
Revolucionario Popular Anti-Comunista (ERPAC) de los Llanos.
[33] El más
inmundo de los defensores del paramilitarismo, Ernesto Yamhure, escribió, con
motivo de un nuevo aniversario del nacimiento del ELN, una columna para El
Espectador la cual es típica de esta ambivalencia discursiva entre la guerrilla
comunista pero sin ideales: “El pasado 4 de julio, el Eln cumplió 47 años de historia
delincuencial. Para celebrarlo, emitió una proclama que desempolvó el caduco
discurso comunista que supuestamente los rige. Quieren hacernos creer que
mientras secuestran y trafican con cocaína, sustancia que los hace
fabulosamente ricos, estudian a profundidad los textos de Engels y Kropotkin.”
http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-282...error Lo interesante
del caso, es que su reconocimiento del estudio de Kropotkin reflejaría una
complejidad ideológica mucho mayor que un supuesto “caduco discurso comunista”.
[34] “La Nueva
Realidad de las FARC”, p.14
[35]
http://www.elespectador.com/noticias/judicial/articulo-...ocial
[36] Según el
CINEP, el ciclo de protestas del 2002 al 2008 es el ciclo más alto de luchas
populares en el último medio siglo, según el análisis cuantitativo de
movilizaciones y acciones colectivas, registrándose un promedio de 643 acciones
colectivas anuales (“La Protesta Social 2002-2008”, CINEP, 2009). Sin embargo,
desde el 2008 la protesta social ha adquirido proporciones mucho mayores, con
importantes puntos de inflexión como la lucha de los corteros, la minga del
2008 y ahora las movilizaciones de los obreros petroleros y estudiantes.
[37] “La Nueva
Realidad de las FARC”, pp.16-17
[38]
http://colombiajournal.org/the-hunt-for-farc-commander-...o.htm Artículo
original en inglés, la traducción es del autor de este artículo.
[39]
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-4424463
[40] “De la
Guerra de Jojoy…”, p.33
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