“Han tenido la virtud de resucitar el
sentido ético de la política”
Entre todos, debemos rescatar la política
de quienes la han secuestrado haciendo de ella un oficio espurio, alejado del
bien común y dependiente de los poderes empresariales y financieros.
Marcos
Roitman Rosenmann (1)
1. Introducción
Vivimos de incertidumbre, y no puede ser de otra manera. La vida es
un proceso sin caminos preestablecidos. Algo similar ocurre con el capitalismo.
Sus certezas no son tales. Quienes diseñan sus trazados lo saben; razón de peso
para crear diques de contención desde los cuales controlar el movimiento de las
aguas. Si el nivel sube a límites peligrosos, deben abrirse las compuertas, y
liberar presión. Ante todo seguridad. La luz roja nunca se apaga. Los hacedores
de políticas son conscientes de ello, sobre todo quienes, desde el tablero,
mueven, cuando pueden, las fichas con el fin de controlar la partida. El
sistema social busca jugadores respetuosos de las reglas. Patear el tablero no
se contempla. Y si por una casualidad la partida no transcurre o se ajusta al
itinerario, se puede acusar al adversario de utilizar malas artes, y
descalificarlo.
Así vive el capitalismo, sobresaltado, agazapado tras la razón de
Estado y las fuerzas armadas, evitando el desborde. El enemigo interno, otrora
el comunismo, era la fuerza para la cual se planificaban los diques. Hoy, el
enemigo muta. Desde el ataque a las torres gemelas y el pentágono en septiembre
de 2001, su espacio lo ocupa el llamado terrorismo internacional. Y acorde a
los intereses políticos de occidente y los Estados Unidos, el calificativo de
terrorista puede recaer en cualquier organización o persona que Occidente y los
Estados Unidos consideren un peligro. Desempleados, campesinos, trabajadores,
juventud, estudiantes, mujeres, pueblos originarios, inmigrantes, afectados por
las hipotecas, grupos de liberación sexual, gais, lesbianas y transexuales. La
criminalización de los movimientos sociales, su ilegalización y persecución
forma parte de esta visión totalitaria. Así lo entiende la derecha cuando habla
de una alianza anti-sistema y anti-globalización. Sus miembros, señala:
“aglutinan a la izquierda que fracasó en mayo de 1968, a los que jalearon el
comunismo y hoy ven con complacencia la pulsión anti-occidental del islamismo
yahaidista, a los antiglobalizadores altermundistas y a las distintas
manifestaciones del indigenismo, del populismo y del fanatismo religioso (…)
esta alianza no es solo teoría. Hay coincidencia de actuación entre Venezuela,
Iran y Siria.”(2) Ya no es el movimiento comunista. Hoy, el enemigo es
gelatinoso, y la posibilidad de ser adjetivado como terrorista aumenta según se
le considera un peligro para el orden social. En América latina, el mismo
documento informa que en la triple frontera, Argentina, Brasil y Paraguay
“aumenta la inquietud por la actividad terrorista de los grupos islamistas al
ser un centro neurálgico de financiación tanto como de la venta de armas,
drogas y contrabando (…) Europa debe hacer ver que América Latina está inmersa
en la amenaza de Al-Qaeda y es su objetivo”.
Con esta laxitud en la definición de terrorismo, resulta fácil
deshacerse del opositor incómodo. El ejemplo más claro en esta dirección lo
encontramos en el conflicto Palestino-Israelí. “He constatado -y no soy el
único- la reacción del gobierno israelí confrontado al hecho de que cada
viernes los habitantes de la pequeña ciudad de Bil’in, en Cisjordania, van, sin
lanzar piedras, sin usar fuerza alguna, hasta el muro contra el cual protestan.
Las autoridades israelíes han calificado esta marcha de “terrorismo no
violento”. No está mal. Hay que ser israelí para calificar de terrorista la no
violencia. Tiene que resultar embarazosa la eficacia de una no violencia que
tiende a suscitar apoyos, comprensión, la complicidad de todos aquellos que en
el mundo son adversarios de la opresión.”(3)
En momentos de crisis, como el que vive el capitalismo, su
organización y estructura requiere introducir innumerables parches a fin de
evitar el colapso. Sus arquitectos, ingenieros y vigilantes actúan en esta
dirección. Hacen que las piezas del mecanismo funcionen al unísono. Los diques
deben estar en perfecto estado de conservación. El caudal controlado, los
imprevistos considerados y las grietas selladas. Cualquier alteración debe ser
tomada en cuenta. Adelantarse a los acontecimientos, en eso consiste el trabajo
de los planificadores del capitalismo futuro. Controlar la lucha de clases
alarga la vida del dominador. La concesión de beneficios sociales y económicos
y la ampliación de derechos políticos a las clases trabajadoras suponen ganar
tiempo. Pero lo imprevisible es parte de la política, el futuro no puede ser
clausurado con un diseño de escritorio. El capitalismo es un orden político,
responde a la voluntad de los individuos que lo articulan. Y como aprendices de
brujo, los capitalistas desatan fuerzas incontrolables, saturando su capacidad
interna de absorber conflictos. De esa manera, el dique de contención se
resquebraja hasta producir un fallo generalizado. Lo que en principio podría
parecer una nimiedad puede acabar cuestionando el sistema en su totalidad.
En estas circunstancias, juegan un papel decisivo los llamados
atractores. Son los desencadenantes de las crisis. Esa gota que desborda el
vaso. En Islandia, por ejemplo: “Cuando el primer fin de semana de octubre de
2008, el músico Hordur Torfason, iniciador de la protesta, se plantó frente al
parlamento -de Islandia- con una cacerola y cincuenta compañeros, sus
compatriotas se quedaron perplejos. Enarbolaban tres demandas centrales: la
dimisión del gobierno, la reforma constitucional y limpiar cargos en el banco
central. Casi cuatro meses después, el 24 de enero, la plaza estaba llena con
siete mil personas (la población de la isla es de 320 mil almas) gritando
‘¡Gobierno incompetente’! Dos días después, el gobierno dimitió.”(4)
Esta circunstancia se ha repetido en todos los últimos movimientos
socio-políticos habidos en el mundo. Los atractores funcionan en las
situaciones más disímiles. Son los llamados acoplamientos estructurales que
amplifican y someten las crisis a una tensión imprevista, haciéndola
incontrolable. En Túnez, Mohamed Bou’aziz, un joven egresado de informática,
que trabajaba vendiendo frutas y verduras por las calles de su ciudad, Sidi
Bouzid, fue impedido de seguir haciéndolo por carecer de permisos legales. Su
protesta consistió en inmolarse. Su acto fue el comienzo de la protesta. Otros
jóvenes siguieron su ejemplo y también se prendieron fuego. Pero la impotencia,
el no hay salida se transformo en revuelta, extendiéndose por todo el país. Lo
que hasta el año 2009, era un Estado modélico, felicitado al aplicar
correctamente las políticas de ajuste, dictadas por el Banco Mundial, el FMI,
vería, en el plazo de un año, como su presidente Zine el Abidine Ben Alí, era
derrocado. No fueron la pobreza, el desempleo o la represión política,
ejercidas con mano de hierro durante dos décadas, el punto de inflexión, fue la
inmolación de Mohamed lo que desbordó el dique de contención, amén de
organización, resistencia y luchas por la democracia. Todos juntos posibilitaron
la caída de Ben Alí.
En España, el llamado movimiento de “indignados”, comenzó siendo
parte de una manifestación “marginal”, de las adjetivadas como periféricas, sin
el apoyo de los sindicatos y las fuerzas políticas mayoritarias. Dos plataformas:
“democracia real ya” y “Juventud sin Futuro, sin trabajo, sin empleo, sin casa,
sin miedo” se dieron cita para protestar un domingo de mayo. Sin muchas
expectativas, fue un atractor. Minoritaria, en principio, acabó en acampadas en
las plazas públicas de la mayoría de ciudades del estado español. Madrid,
Barcelona, Valencia, Sevilla, Bilbao, Pamplona. Pero fue la intervención de las
fuerzas del orden público, intentando desalojarlos, lo que prendió la mecha. En
Madrid, la Puerta del Sol se convirtió en símbolo de resistencia. Sirvió de
acicate. La protesta se generalizo y el 15M tomo cuerpo. Fue una suma de
factores, al igual que en Túnez, Islandia, Egipto y hoy en Israel.
En estas circunstancias, la salvación de los regímenes tiránicos y
autocráticos pasa por clausurar espacios democráticos, reprimir libertades
civiles y desarticular la ciudadanía política. En esta labor, el capitalismo no
tiene escrúpulos. Si es necesario sacar a las calles al ejército lo hará sin
remordimientos. Los muertos son efectos colaterales. La razón de Estado se
enroca en una estrategia de violencia. En ella, los aparatos y cuerpos de
seguridad, fuerzas armadas, policía, servicios de inteligencia, ganan
protagonismo. Es el comienzo de un nuevo tipo de guerra cuyo objetivo es romper
la cohesión social. Desarticular las redes de ciudadanía, hasta lograr el
control total de población, por la vía del chantaje. Es decir, el coste de la
protección y la seguridad supone la pérdida de derechos. En esta línea se mueve
la orden del gobierno de la Comunidad de Madrid, en manos del Partido Popular,
para bloquear y denegar el acceso, desde las computadoras públicas de la
comunidad en bibliotecas públicas, por política de seguridad, a las páginas web
de los indignados y el 15M. Si alguien intenta acceder sale el siguiente
mensaje: “Acceso denegado por política de contenidos. Usted está intentando
acceder a contenidos no permitidos” (5).Así se explica, en parte, la
militarización de las sociedades para “combatir” las manifestaciones ciudadanas
y de paso encubrir todo bajo el manto de la lucha contra el crimen organizado y
el narcotráfico. En México, un informe redactado para el Secretario de
Gobernación deja constancia del problema: “El 2010 fue el año más violento del
sexenio al acumularse 15 mil 273 homicidios vinculados al crimen organizado,
58% más que los 9 mil 614 registrados durante el 2009, de acuerdo con la
estadística difundida por el Gobierno federal. De diciembre de 2006 al final de
2010 se contabilizaron 34 mil 612 crímenes, de los cuales 30 mil 913 son casos
señalados como ‘ejecuciones’; tres mil 153 son denominados como
‘enfrentamientos’ y 544 están en el apartado ‘homicidios-agresiones’ (6).
Pero el objetivo de la militarización de la sociedad y la
criminalización de los movimientos político-sociales busca: “…una imposición,
por la fuerza de las armas, del miedo como imagen colectiva, de la
incertidumbre y la vulnerabilidad como espejos en lo que esos colectivos se
reflejan. ¿Qué relaciones sociales se pueden mantener o tejer si el miedo es la
imagen dominante con la cual se puede identificar un grupo social, si el
sentido de comunidad se rompe al grito de ‘sálvese quien pueda’? De esta guerra
no sólo van a resultar miles de muertos… y jugosas ganancias económicas.
También, y sobre todo, va a resultar una nación destruida, despoblada, rota
irremediablemente.”(7)
Los ejemplos se expanden. No sólo en México. En Gran Bretaña, esta
perspectiva se ha puesto en práctica. No sólo se criminalizan a los
manifestantes. En un alarde de fuerza y prepotencia, para evitar sorpresas y
actuar impunemente, el gobierno autoriza la instalación de quinientas cámaras
de video, en plazas y centros públicos de Londres, para identificar
manifestantes, detenerlos y encarcelarlos. En España, se hace lo mismo y en Chile,
las fuerzas de Carabineros utilizan perros
para actuar contra los manifestantes. Su función, perseguir, atrapar,
morder y no soltar la presa hasta la llegada de su amo. Lo mismo que en tiempos
de la dictadura, los perros educados para violar a mujeres en los centros de
tortura, son reciclados para mantener el orden en las ciudades. Las crisis
agudizan el ingenio para el control social. Esta necesidad de control requiere
invertir y mantener una línea de investigación, dedicando a científicos al desarrollo
continuo de nuevas técnicas de represión y tortura (8).
2. Como explicar la insurgencia ciudadana. El rescate de la política
Debemos comenzar preguntándonos si, realmente, como pretenden los
teóricos e ideólogos del sistema, el desborde político, se puede etiquetar como
un movimiento nacido en la red. Son muchos quienes se decantan por esta opción
de internautas revolucionariosad-hoc. Toda una generación de jóvenes conectados
a internet, configurando nodos desde los cuales llaman a la insurrección, la
insumisión o la desobediencia civil. Los encargados de ponerla en circulación
son los llamados, por el Subcomandante Insurgente Marcos, especialistas en
producir teoría chatarra, que: “como la comida ídem, no nutre, sólo
entretiene(…). Cuando estos expendedores de teoría chatarra miran hacia otras
partes del Mundo y deducen que las movilizaciones que derrocan gobiernos son
productos de celulares y redes sociales, y no de organización, capacidad de
movilización y poder de convocatoria, expresan, a más de una ignorancia supina,
el deseo inconfeso de conseguir, sin esfuerzo, su lugar en ‘LA HISTORIA’.
‘Twittea y ganarás los cielos’ es su moderno credo.”(9) Queda dicho, se trata
de otro problema. Organización, capacidad de convocatoria, movilización y si se
me permite agregar, los atractores o desencadenantes no previstos mencionados
anteriormente.
Debemos proponer una explicación menos ligada a la sociedad
espectáculo y para ello es necesario rescatar la memoria histórica. Si
retomamos el ejemplo de la gota que desborda el vaso, podemos mirar al techo y
ver como se crea, cae y desborda el vaso. Pero esta no es una buena opción.
Debemos considerar el contexto y la existencia primero de un vaso lleno. Bien
señala Weber, para evitar caer en el empirismo abstracto, todo hecho supone
estar en presencia de una verdad particularmente evidente, pero no toda verdad
particularmente evidente, es explicación causal del hecho. Resultaría estéril
centrar la explicación en tratar de explicar el ángulo de caída de la gota acorde
a la teoría de las probabilidades. Lo realmente destacable es que el vaso se
encontraba lleno y al borde de la saturación. La última gota responde a la
contingencia, a lo que Aristóteles denominó con acierto, futuros contingentes.
Las actuales movilizaciones son el resultado de un lento proceso
donde se reúnen fuerzas, experiencias, y el malestar que se organiza. Cuando se
reivindica “democracia, libertad y justicia”, y se protesta contra la
corrupción de los partidos políticos, el poder omnímodo de banqueros y el
capital financiero, las políticas de ajuste, el paro juvenil, el sistema
electoral, la privatización de la salud, la enseñanza o el calentamiento
global, se desnudan sistemas políticos donde prima la injusticia, la
desigualdad y la explotación. Tras la superficie de las protestas, no hay
espontaneísmo, fluye una corriente de aguas profundas que nutre y da fuerza a
esta pléyade de reivindicaciones. Las aguas circulan bajo la forma de hartazgo,
de rabia. El descontento se hace visible, se exterioriza, el malestar aflora a
la superficie. El resultado inmediato es la recuperación de los espacios
públicos. Se toman las plazas, convirtiéndolas en fortines de ciudadanía. En
ellas se construye la democracia como una práctica plural del control y
ejercicio del poder, al tiempo que se demandan libertad, justicia y dignidad.
A pesar de los problemas que tiene encuadrar movimientos tan
heterogéneos como los llamados indignados, el esfuerzo es obligado. No se trata
de justificar su emergencia, de mostrar sus debilidades, carencias o
fortalezas, sino de comprenderlos. Tampoco de hacer taxidermia o diseccionarlos
como si de bichos raros se tratase. Se busca desenredar la madeja, encontrar el
hilo conductor capaz de explicar, desde una perspectiva del pensamiento crítico,
su desarrollo, alcance y perspectivas. Viejas preguntas para nuevos problemas.
Para esta labor, podemos tomar el 15-M. Su aparición se ha convertido en
paradigma. Su presencia ha traído nuevos aires al quehacer de la política.
Asambleas, participación, dialogo y un debate con lenguaje propio.
Si sólo fuese por lo apuntado, deberíamos darle la bienvenida.
Quienes participan de su entramado han tenido la virtud de resucitar el sentido
ético de la política. Rescatarla de las garras del mercado y devolverle la
centralidad, que nunca debió perder, en favor del poder económico. No son
apolíticos, ni ingenuos o utópicos. La gran distancia que separa al 15M de los
movimientos existentes, es el camino propuesto. Hacer política desde abajo,
romper el círculo de la hegemonía de los partidos y de los movimientos
político-sociales tradicionales, sindicatos y ONGs. Sin despreciarlos, ya que
muchos de quienes integran y participan en el 15M pertenecen a partidos de la
izquierda anticapitalista, sindicatos anarquistas, autogestionarios o Izquierda
Unida, buscan confluencias. Pero su ritmo y su pulso vital tienen vida propia.
Si no son posibles los acuerdos, se continúa avanzando. Eso genera conflictos,
incomprensiones y rechazos. Es parte consustancial del 15M y supone una nueva
manera de sentir la política y dar consistencia a un proyecto común. Elaborar
colectivamente un programa en el cual se sientan identificado todos sus
miembros. Delimitar propuestas y sumar voluntades. Así se han creado comisiones
abiertas: economía, problemas jurídicos, género, organización, largo plazo,
cultura o comunicación, entre otras. En su interior se discuten, se aprueban y
presentan a las asambleas de barrio para ser ratificadas y por último se
articulan en la Asamblea General de Madrid. Esto se puede generalizar a todo el
estado español. Sin embargo, según las comunidades autónomas, los barrios y las
ciudades se redefinen y adecuan a las condiciones del lugar. Pudiéndose
rechazar o modificar. Así, se ha logrado, a propuesta de la Comisión de
Economía, consensuar una plataforma reivindicativa de dieciséis puntos (10).
La búsqueda de consensos desde abajo es una experiencia donde se
reconoce la ciudadanía. Las convocatorias para las asambleas de barrio, pegando
carteles en las paredes de las calles más transitadas del barrio, donde se
expone el orden del día, son seguidas regularmente por un colectivo numeroso,
en el cual participan jóvenes, mujeres, ancianos, profesionales, trabajadores,
o intelectuales. Es una escuela de hacer política.
Los discursos de los militantes de partidos, acartonados y
esquemáticos, son rechazados o simplemente arrinconados. Llamados al orden, en
la misma plaza, tienen que reinventarse si no quieren ser sobrepasados.
Igualmente, los jóvenes e inexpertos en el arte de la política se gradúan
haciendo uso la palabra y rompiendo la barrera del miedo, transformándose en
protagonistas. Los jubilados, los sin empleo, las amas de casa, los
estudiantes, todos participan. Algo los une, la crítica a una manera de hacer
la política de arriba, al margen de los problemas reales. Son un ejemplo para
los parlamentos y el poder legislativo. Unos y otros se respetan los turnos, no
se insultan, ni se descalifica. Se pide respeto y paciencia. Nadie puede ser
interrumpido en el uso de la palabra. Sin embargo, en un lenguaje de signos, si
el orador se repite o alarga innecesariamente su intervención, los asistentes
rotan sus brazos para expresarle la necesidad de ir abreviando. Los
personalismos se combaten bajo el esquema de portavoces rotativos.
En el nuevo ágora no sirven los galones del partido, el estatus
social o el apellido. La política está ligada a los problemas reales del
barrio, pueblo, ciudad y sus habitantes. En este sentido, la ciudad se
redefine. Las plazas públicas dejan de ser expresión de monumentos turísticos.
Resulta aleccionador y gratificante, al mismo tiempo, observar cómo, mientras
unos niños juegan en la plaza, en su centro neurálgico, las madres, los
inmigrantes, jóvenes y transeúntes escuchan los debates, haciéndose corrillos
de cien o más personas, según sea el caso y el tema tratado. Sentados en
aceras, apoyados en balaustradas o en los bancos del ayuntamiento, se
convierten en participantes del cine-fórum donde se abordan los problemas más
variados. Así, se politiza y se educa en la cultura cívica. Temas como la
crisis financiera, el desempleo, la corrupción política, el aborto, la guerra o
el cambio climático son el pretexto para construir de otra manera el espacio
público. “La ocupación del espacio público, hoy en día, no es simplemente una
cuestión táctica, sino un ataque frontal al modelo de ciudad realmente
existente, en la que el espacio público se ha convertido en una interzona de
una capa metropolitana inacabable donde el ciudadano pasivo, el ciudadano consumidor
pasa para acudir al último bar de moda o el centro comercial. Por lo tanto su
recuperación es en sí misma la negación de un modelo de ciudadanía y la
reivindicación de otro: el del ciudadano crítico” (11).
3. ¿Quiénes son los indignados?
Como una forma de calificarlos, los medios de comunicación, no de
forma desinteresada, les han colgado el mote de “indignados”. Propuesta que se
hace coincidir con el título del libro escrito por Stéphane Hessel (1917)
exhortando a la juventud de Francia a tomar partido contra la infamia mundial.
Hessel levantó las conciencias. Con noventa y tres años, no era un advenedizo,
había formado parte de la resistencia anti-nazi, trabajado junto al General de
Gaulle, detenido y encarcelado en el campo de concentración de Buchenwald hasta
el fin de la II Guerra, y tras la creación de Naciones Unidas, nombrado
Embajador de Francia, siendo uno de los miembros de la comisión redactora de la
Carta Universal de Derechos Humanos de 1948. Y para más inri, durante las
últimas décadas se ha convertido en un militante de la causa Palestina. Uno de
sus capítulos del ensayo recién mencionado está dedicado a describir la
situación que padece la población palestina en Gaza y Cisjordania. Hessel llama
a una insurrección pacífica, a la necesidad de actuar, de indignarse, de romper
la indiferencia (12).
¿Cuáles son, a juicio de Hessel, las razones que obligan a
indignarse?: “Es cierto, las razones para indignarse pueden parecer hoy menos
nítidas o el mundo, demasiado complejo. ¿Quién manda?, ¿quién decide? No
siempre es fácil distinguir entre todas las corrientes que nos gobiernan. Ya no
se trata de una pequeña élite cuyas artimañas comprendemos perfectamente. Es un
mundo vasto, y nos damos cuenta de que interdependiente. Vivimos en una
interconectividad como no ha existido jamás. Pero en este mundo hay cosas
insoportables. Para verlo, debemos observar bien, buscar. Yo les digo a los
jóvenes: buscad un poco, encontraréis. La peor actitud es la indiferencia,
decir “paso de todo, ya me las apaño”. Si os comportáis así, perdéis uno de los
componentes indispensables: la facultad de indignación y el compromiso que
sigue. Ya podemos identificar dos grandes desafíos 1) La inmensa distancia que
existe entre los muy pobres y los muy ricos, que no para de aumentar. Es una
innovación de los siglos XX y XXI. Los que son muy pobres apenas ganan dos
dólares al día. No podemos permitir que la distancia siga creciendo. Esta
constatación debe suscitar de por sí un compromiso. 2) Los derechos humanos y
la situación del planeta…” (13).
Este llamado a la juventud francesa ha sido mal interpretado. Para
los teóricos del pensamiento chatarra, el exhorto es sólo, y está dedicado, a
la juventud. De tal manera que el movimiento se corrompe si se incorporan
trabajadores, parados, amas de casa, inmigrantes, profesionales, artistas y
representantes de la cultura. Se les considera intrusos, manipuladores y se
desautoriza cualquier propuesta. Este reduccionismo, distorsiona el sentido del
movimiento de los “indignados” y lo condena a ser mera expresión de una
juventud díscola. Interesadamente se la compara con los movimientos hippies y
pacifistas emergentes en los años sesenta del siglo pasado. Las analogías con
el mayo francés de 1968 o las protestas contra la guerra de Vietnam, caricaturizan
el actual movimiento de indignados, que traspasa la barrera de lo generacional.
Bien es cierto que en muchos casos quienes más relevancia tienen son los
jóvenes, debido, entre otras causas a ser un sector profundamente afectado por
la crisis. El paro juvenil sobrepasa en mucho el 40 por ciento y las
expectativas de encontrar un trabajo digno son escasas. La flexibilidad del
mercado laboral, el empleo basura, el despido libre y los salarios irrisorios
constituyen el espacio donde se mueven sus reivindicaciones. Sin duda es uno de
los colectivos más fuertes entre los indignados, pero no el único. Sobresalen
los parados de larga duración, los trabajadores precarios, las mujeres y un
número destacado de profesionales e intelectuales. No es un problema
generacional. Tampoco Hessel lo considera de esta forma. Cada insurrección
pacífica, como hemos anotado en los ejemplos anteriores, tiene sus
peculiaridades. Desde Túnez, Egipto, España hasta Israel o Chile. Su conexión
es la crítica abierta y descarnada al poder omnímodo y arbitrario ejercido
desde la razón de Estado y a un capitalismo depredador y sin escrúpulos. Es
cierto que también coinciden en determinadas reivindicaciones. Entre ellas
destacan la falta de democracia, la corrupción, el aumento de la desigualdad
social, las guerras interimperialistas, y la total impunidad con que actúan los
bancos y el capital financiero.
Levantar la bandera de la paz, la libertad y la democracia real, es
luchar contra la injusticia, la desigualdad social, la explotación, la
destrucción del planeta, la corrupción. Mantener alto el pabellón compete a
todas las generaciones. Nadie puede permanecer indiferente a las prácticas
donde el ser humano es despojado de su dignidad. No en vano los peores momentos
de la ignominia política se relacionan con regímenes cuyo estandarte es y ha
sido la muerte. La Alemania nazi, los centros de extermino, los campos de
refugiados, las cárceles como Guantánamo o las casas de tortura en Argentina,
Chile, Uruguay, Paraguay o Brasil son parte integral de la modernidad del
capitalismo en su forma más grotesca. Hoy algunos métodos se han perfeccionado
y siguen utilizándose. En Colombia, por ejemplo, se han incinerado durante el
gobierno de Uribe, a miles de campesinos, para no dejar pruebas, en otros casos
se levantan los falsos positivos. Su objetivo: hacer estéril cualquier
resistencia y protesta. Pero la realidad se ha mostrado siempre esquiva. No hay
régimen político que se pueda mantener sobre el miedo, la censura o el odio.
Tampoco el asesinato ni las desapariciones pueden acallar las voces de
resistencia.
Hoy, el capitalismo se retuerce, se ve entre las cuerdas y busca
sacar fuerzas de flaqueza. Nada mejor que generalizar el desánimo y crear una
mentalidad sumisa con la que se logre el control del individuo. Su triunfo
supondría ahondar en el proceso despolitizante, iniciado en los años setenta
del siglo XX, cuando la banca, los empresarios y las transnacionales pasaron a
la ofensiva poniendo en circulación el discurso neoliberal de la flexibilidad
del carácter, afincado en el pensamiento débil y la postmodernidad. “En la
actualidad, el término flexibilidad se usa para suavizar la opresión que ejerce
el capitalismo. Al atacar la burocracia rígida y hacer hincapié en el riesgo se
afirma que la flexibilidad da a la gente más libertad para moldear su vida. De
hecho más que abolir las reglas del pasado, el nuevo orden implanta nuevos
controles, pero estos tampoco son fáciles de comprender. El nuevo capitalismo,
es con frecuencia, un régimen de poder ilegible.”(14)
La guerra por la palabra cobró vital importancia. El lenguaje se
convirtió en el principal campo de batalla. Conceptos como gobernabilidad,
gobernanza, alternancia, globalización, partidoscatch all, escoba o atrápalo
todo, se adueñaron del espacio teórico y político. Ya nada era lo que parecía.
Las palabras cobraban nuevos significados y la realidad se volvió borrosa. Uno
de los primeros conceptos que se vería afectado por esta guerra sería el
significado de la voz: izquierda. La crisis del comunismo realmente existente
fue el caldo de cultivo para proponer el nacimiento de una nueva izquierda,
cuyo referente debería ser, la socialdemocracia”. Felipe González “…afirmaba
ese gusto por la libertad, cualesquiera que fueran sus riesgos, que había, en
cierto modo, gobernado todas sus decisiones políticas y que iba a continuar
gobernándolas: el socialismo democrático contra el comunismo; la economía de
mercado contra el estatismo dirigista; la pertenencia a la alianza de países
democráticos contra el aislacionismo o el neutralismo tercermundista”(15). Sin
duda González era el prototipo de nuevo dirigente socialdemócrata comprometido
con la razón cultural de occidente, anticomunista y defensor a ultranza del
liderazgo imperial de los Estados Unidos en la guerra contra la URSS y el pacto
de Varsovia. Sus palabras no dejan lugar a dudas. En plena guerra fría, y
siendo presidente de gobierno señaló que: “prefería morir de un navajazo en el
Metro de Nueva York, que en un hospital psiquiátrico en la URSS”. Sus palabras
no cayeron en saco roto. Se trataba de mostrar al mundo que la socialdemocracia
había expiado su pecado original. Se había deshecho y renegado del pasado común
que le unía a la tradición marxista y socialista. Ahora sus orígenes había que
reubicarlos en la economía y la mano invisible del mercado. Mientras tanto la
derecha se frotaba las manos. Quienes emprendían la casa de brujas era la
socialdemocracia.
Tras la debacle de la URSS y el bloque de los países del Este, los
partidos comunistas occidentales y la izquierda anticapitalista tiraron al niño
con el agua sucia dentro. Frustración y harakiri. La idea de derrota se
extendió entre sus militantes. La diáspora política concluyó con muchos de sus
cuadros, por decepción o pragmatismo, en la derecha neoconservadora o en la
socialdemocracia progresista. Mientras tanto, la revolución neoliberal campó a
sus anchas despolitizando y culpando a las víctimas de la crisis del Estado de
bienestar.
Dar respuesta a las demandas democráticas y ampliar los derechos
económicos, políticos y sociales de las clases trabajadoras buscando su
integración y participación, era contraproducente. Las políticas distributivas
e intervencionistas creaban conflictos y provocaban ingobernabilidad. Era
necesario recular y replantearse la relación capital-trabajo. Con este
argumento: “desde la óptica neoconservadora se sostiene, en defensa del sistema
capitalista, que la crisis de la democracia, y su expresión más patente, que es
la crisis de gobernabilidad, se debe a la multiplicación de demandas, tanto
políticas como sociales que se dirigen al Estado democrático y que van desde
una exigencia caótica y descontrolada, por parte de los ciudadanos, de querer
intervenir en todos los procesos políticos, hasta un incontenible aumento de
los gastos públicos, en especial en educación y protección social. Todo lo
cual, como defiende el informe de la Trilateral de Crozier, Huntington y
Watanuki, no solo hace inviable la satisfacción de una voluntad de continua
participación política, que se compadece mal con la complejidad propia de las
sociedades contemporáneas, sino que en el ámbito social no puede, por razones
económicas, responder de manera satisfactorio a tantas peticiones, lo que tiene
como consecuencia la degradación de los servicios que presta. Degradación que
genera un descontento, cada vez más amplio, entre los beneficiarios a los que
se destina y que fragiliza el funcionamiento de las instituciones y reinstala,
en el mismo cogollo, el cuestionamiento sobre la legitimidad democrática del
sistema capitalista.”(16)
Así, a la pregunta de ¿quiénes son los indignados?, la respuesta
debe ser contundente. Los indignados son quienes, desde la rebeldía y la digna
rabia, luchan por una ciudadanía inclusiva, plena, donde la vida suponga el
despliegue de todas las facultades humanas y la dignidad sea el referente ético
para la libertad de realización, personal y colectiva asentada en el bien
común. ¿Y por qué hay que indignarse? Bien lo señala Jose Luis Sampedro en el
prólogo al texto de Hessel: “porque de la indignación nace la voluntad de
compromiso con la historia. De la indignación nació la resistencia contra el
nazismo y de la indignación tienen que salir hoy la resistencia contra la
dictadura de los mercados. Debemos resistirnos a que la carrera del dinero
domine nuestras vidas. Hessel reconoce que para un joven de su época indignarse
y resistirse fue más claro, aunque no más fácil, porque la invasión del país
por tropas fascistas es más evidente que la dictadura del entramado financiero
internacional. El nazismo fue vencido por la indignación de muchos, pero el
peligro totalitario en sus múltiples variantes no ha desaparecido. Ni en
aspecto tan burdos como los campos de concentración (Guantánamo, Abu Ghraid)
muros, vallas ataques preventivos y ‘lucha contra el terrorismo’ en lugares
estratégicos, ni en otros mucho más sofisticados y tecnificados como la mal
llamada ‘globalización’ financiera.”
4. Los indignados, la política y los intelectuales
Lo dicho tiene consecuencias directas para la construcción de una
ciudadanía política inclusiva. El discurso neoliberal caló hondo y cambió, sin
duda, la forma de concebir la política tanto como la democracia y sus fines. El
pragmatismo ha sido el vellocino de oro codiciado por los políticos, y la
política con mayúsculas, ligada a la solución de los problemas cotidianos,
aquella que no se rige por el mercado y el marketing, se transformó en el chivo
expiatorio. Era mejor sacrificar esta visión ética de la política fundada en la
búsqueda del bien común.
La política del pragmatismo articulada a la gestión privada, es
compatible con la economía de mercado, cuyo fundamento es el individualismo
extremo y el egoísmo. Una vez aceptada su nueva función, comparsa del mercado,
la política se reduce a una visión instrumental, de corto plazo, servir de
correa de transmisión a los intereses de las transnacionales y las élites
económicas.
La pregunta: ¿para qué sirven la política y los políticos?, es hoy
recurrente y está en boca de una mayoría que no ve con buenos ojos el accionar
de la mal llamada clase política. Sus signos externos crean rechazo.
Caracterizada por el despilfarro, la corrupción y la impunidad, con sueldos
desproporcionados, en algunos casos vitalicios, y una vida llena de privilegios
y lisonjas, se han ganado el desprecio de la ciudadanía. Los dirigentes de los
partidos son visualizados, con o sin razón, como crápulas cuyo trabajo se
limita a esquilmar fondos públicos para ver como aumentan sus cuentas
bancarias. Dedicarse a la política, en las últimas décadas, se relaciona con
ascenso económico y aumento de poder. Siempre al borde del escándalo, los
dirigentes políticos son conocidos por motivos totalmente ajenos a su deber en
el desempeño como legisladores. Acusaciones de violación, cohecho, alcoholismo,
drogadicción, son entre otras, las noticias que se pueden leer o escuchar en
los medios de comunicación social cuando se menciona la clase política.
En España, el último baremo del CIS, de julio de 2011 es
desalentador. A la pregunta ¿Cual es, a su juicio, el principal problema que
existe actualmente en España?, la respuesta de los encuestados situó en tercer
lugar a la clase política, por detrás del paro y la crisis económica.
Curiosamente, por delante de problemas, que según los políticos preocupan a la
población y tanto gustan debatir en televisión, como la inmigración y el
terrorismo, que por más que se empeña el Partido Popular y el PSOE, no llega ni
siquiera a concitar el interés del 1 por ciento.
Esta percepción, real o deformada, está presente en el movimiento de
indignados, uno de cuyos eslóganes más coreados ha sido: ¡no nos representan!
Para la mayoría de indignados, el político es un input de consumo, una
mercancía. La ley de la oferta y la demanda los muta en meretrices. En esta
lógica, cobran relevancia las agencias de publicidad, cuyos asesores, deciden
el discurso, los eslóganes y desde luego la vestimenta. El fotoshop se
generaliza. La manipulación de la imagen prevalece. Si hay que quitar arrugas,
canas, cejas pronunciadas, ojeras, patas de gallo o verrugas, se hace sin ningún
escrúpulo. El único límite a que están sometidos los candidatos es, sin duda,
la cantidad de fondos para sus campañas. Para ser diputado, senador, alcalde o
gobernador, se requiere dinero. Bancos, empresas, grupos financieros se dejan
querer. Así, opera la democracia de mercado. Quien logra contar con más capital
se garantiza mejores campañas, más minutos en la radio, en la televisión, y en
la prensa escrita. Eso sí, cuando termina la bacanal electoral, los partidos
políticos están hipotecados. Los bancos son los verdaderos ganadores. Sea quien
sea el partido que gane en las urnas, ellos tendrán la sartén por el mango. Los
partidos políticos, endeudados hasta el cuello, sin independencia, se
encuentran atados de pies y manos ante los consejos de administración de las
empresas y los bancos, quienes realmente gobiernan desde la trastienda. ¿Cómo
hemos podido llegar a semejante situación?
Desde luego, la respuesta, se encuentra, en gran parte, en lo ya
expuesto. En España, aunque la situación es general en las democracias
representativas de Europa occidental, salvo excepciones, como de costumbre,
resulta lacerante que un 24 por ciento de la población considere a la clase
política y la política como un problema y no como parte de la solución. Pero
las noticias no son mejores si analizamos América latina. En el informe
elaborado por el PNUD en 2004, La democracia en América Latina, se advierte la
minusvaloración política de la democracia. Más de un 50 por ciento de “los
latinoamericanos y latinoamericanas estarían dispuestos a sacrificar un
gobierno democrático en aras de un progreso real socioeconómico.”(17) Hay que
hacer ímprobos esfuerzos para convencer del beneficio que supone, para una
sociedad de libertades, la existencia de organizaciones políticas y más aún,
relacionar las libertades políticas con el desarrollo de la ciudadanía
democrática. El movimiento de indignados es una clara demostración de lo
apuntado. En sus filas, una parte importante de miembros se declaran
apartidistas, y descartan a los partidos, mayoritarios como interlocutores
válidos para solucionar sus problemas.
Primero el abstencionismo, luego el descrédito y por último el
rechazo, encuadran la desconfianza de los nuevos movimientos de la sociedad
civil hacia los partidos políticos. Los carteles que acompañan la movilización
de indignados y sus consignas lo dejan claro. “No nos representan”; “No somos
mercancía en manos de políticos y banqueros”; “Que se vayan”. No en vano, desde
el 15M y los movimientos de indignados se subraya la contradicción entre
democracia real y formal: “la llaman democracia pero no lo es“. De aquí, la
importancia que tiene reivindicar el retorno de la política con Mayúsculas.
El sentido refractario de los indignados hacia la política de
mercado afecta a todos los partidos con representación institucional,
mayoritarios o minoritarios. Sin embargo, en esta crítica, sin duda justa,
anida uno de los peligros que se deja ver en el informe del PNUD y que el
movimiento de indignados constata, se trata de la emergencia de conductas
autoritarias, racistas y xenófobas. Aprovechándose del descrédito de la
política, se lanzan alternativas totalitarias. Europa y España caminan por esta
cuerda floja. La emergencia de partidos xenófobos y racistas, junto con un
discurso chovinista suma adeptos, minando el desarrollo democrático. En las
últimas elecciones autonómicas, en Cataluña, el Partido Popular gana alcaldes
culpando del desempleo, el colapso sanitario en las urgencias, la baja calidad
de la educación pública, el aumento de la inseguridad, la violencia machista y
la delincuencia al colectivo de inmigrantes, sean legales o ilegales. Este
discurso cala en los sectores sociales más castigados por la crisis. El enemigo
se visualiza como el extranjero. El radicalismo xenófobo crece al interior de
los partidos neoliberales y conservadores al tiempo que se crean otros cuyos
programas tienen como eje la lucha contra los inmigrantes.
Hoy, el movimiento de indignados aporta una nueva perspectiva en la
lucha por las libertades y la democracia. Sin duda, se incorpora a otra
experiencia señera que en los años noventa del siglo pasado rompió moldes e
inicio una revolución desde abajo y a la izquierda, me refiero a la emprendida
por Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Su presencia cambio
formas de actuar y pensar en la izquierda, recuperando para la política el
valor ético y poniendo en el orden del día la necesidad de otro orden social.
Este camino abierto, no se cierra ni con la represión, la descalificación o el
silencio cómplice de los medios masivos de disuasión social. Sin embargo, los
manipuladores de cerebros son conscientes de que tienen que cerrar espacios,
creando un cerco protector que los haga invisibles y permita reprimirlos sin
costes políticos.
En esta dinámica, el intelectual, no el ideólogo, ni el teórico
chatarra, comparsa del poder, tiene asignado un papel irrenunciable. Su
dejación supondría la muerte como intelectual y la traición a los principios
éticos sobre los cuales se articula su compromiso. Su deber es levantar las
conciencias críticas. El mejor ejemplo de este deber del intelectual lo
constituye la acción del ensayista y escritor Émile Zola, autor entre otras
obras, de Germinal. Pudiendo gozar de los parabienes y la fama en la sociedad
de su tiempo, optó por defender al capitán Alfred Dreyfus, condenado a prisión
perpetua en la Isla del Diablo, por supuesto delito de traición a la Patria. No
sólo publicó sus propios panfletos, distribuyéndolos en mano, destacando su
exhorto a la juventud francesa, además, el 13 de enero de 1898, L’aurore, el
diario parisino de la élite ilustrada, publicó, en portada, su carta abierta
dirigida a Félix Faure, al entonces presidente de la República francesa. Bajo
el título J’accuse!, denuncia con fervor y lucidez la trama de imposturas,
manipulaciones y mentiras, llenas de un patriotismo ramplón y antisemitismo de
los miembros del tribunal que redactaron la sentencia. Yo acuso, desde su
publicación se ha constituido en el acto legitimador y el modelo de la
intervención de los intelectuales en los asuntos públicos. No en vano la
palabra “intelectual”, fue acuñada para describir la actitud adoptada por Zola,
que Anatole France definió como “un momento privilegiado de la conciencia
humana”(18). “En cuanto a la gente a la que acuso, no les conozco, nunca les he
visto, no siento ni rencor ni odio contra ellos. Para mí son tan solo entes,
espíritus de la maldad social. El acto que realizo aquí es solo una forma
revolucionaria de adelantar la explosión de la verdad y la justicia. Solo tengo
una pasión, la de la luz, en nombre de la humanidad que ha sufrido tanto y
tiene derecho a la felicidad. Mi protesta ardiente es sólo clamor de mi alma.
¡Que alguien se atreva a hacerme comparecer ante un tribunal y que el juicio
tenga lugar a la luz del día! Estoy a la Espera.”(19) La respuesta no tardó.
Fue perseguido, difamado y llevado a los tribunales, teniendo que ir al exilio,
a su regreso a Francia, años más tarde, Zola moriría en extrañas
circunstancias.
Curiosamente la palabra intelectual, hoy expresión de conciencia
crítica y rechazo a la razón de Estado, fue utilizada por los detractores de
Zola, en sentido despectivo, para indicar lo inadecuado de la participación de
escritores, pintores y científicos en los asuntos públicos. Con el tiempo esta
acepción ha desaparecido y más bien alude a la valentía y voluntad de crítica
del intelectual frente a los abusos del poder. En esta lógica, como señala
Charles W. Mills, la tarea política del intelectual es “…imputar a los que
tienen el poder y lo saben, grados variables de responsabilidad por las
consecuencias estructurales que descubre por su trabajo están directamente
influidas por sus decisiones(…) y a quienes regularmente carecen de tal poder y
cuyo conocimiento se limita a su ambiente cotidiano, les revela con su trabajo
el sentido de las tendencias y decisiones estructurales en relación con dicho
ambiente y los modos como la inquietudes personales están conectadas con los
problemas públicos; en el curso de esos esfuerzos, dice lo que ha descubierto
concerniente a las acciones de los más poderosos. Estas son sus principales
tareas educativas y son sus principales tareas públicas cuando habla a grandes
auditorios.”(20)
En este momento de crisis del capitalismo, la palabra es un arma
fundamental para cambiar el mundo. Si no se tiene un lenguaje que nos
identifique, el poder y el sistema, se encargarán de producir los conceptos
transformándonos en el muñeco del ventrílocuo que no tiene voz propia, sino la
prestada por su amo. Por eso, una virtud del movimiento de indignados, entre
otras, consiste en tener voz propia. Nadie habla por ellos. Son sus miembros
quienes, con el fin de proponer, denunciar y construir alternativas, han creado
su propio lenguaje. En esta causa no están solos. Su experiencia, sin duda
única, se suma a las luchas por la dignidad, la justicia y la democracia, cuyas
raíces pasan el grito ¡Ya basta! lanzado desde la selva Lacandona el 1 de enero
de 1994, por el Ejercito zapatista de Liberación Nacional. Su emergencia,
anticipó el carácter, abajo y a la izquierda, de los movimientos y luchas, que
en pleno siglo XXI, marcan el camino contra el neoliberalismo y en defensa de
la humanidad.
5. ¿Y ahora qué? Organizar la indignación
Suele pasar, al asombro inicial, las solidaridades y las muestras de
afecto hacia el movimiento de indignados, le sucede un vacío seguido de la
pregunta ¿Y ahora qué?
En esta dinámica surgen y se dibujan múltiples escenarios. Las
comparaciones proyectan modelos de actuación y patrones de comportamiento. Hay
quienes ven en las acampadas y el 15M el germen de una revolución horizontal.
Otros se decantan por construir un nuevo partido político y buscar alianzas con
las fuerzas de izquierda ya existentes. En medio un sin fin de opciones. Los
argumentos se agolpan en pro de unas u otras, pero todas confluyen: sin
organización no hay continuidad. El problema es para que se quiere y como se
construye. Es aquí donde surge el desencuentro entre los hacedores del 15M. Han
sido muchos los que se han incorporado a posteriori, sobre todo los militantes
de la izquierda española procedentes del Partido Comunista, Izquierda Unida,
pero también de las juventudes socialistas, los grupos anarquistas y los
llamados progresistas. A muchos de ellos, el movimiento 15M les pilló fuera de
juego. Seguían confiando en los circuitos tradicionales. Si los grandes
sindicatos no convocaban manifestaciones, se rehuía cualquier contacto con
plataformas autónomas, redes alternativas y desde luego muy politizadas.
Hubo múltiples convocatorias para tomar las calles contra la
privatización del agua, la externalización de los servicios de salud pública,
por una vivienda digna o el rechazo al Plan Bolonia. Lo común fue la poca
asistencia y escasa cobertura de prensa. Se volvieron invisibles. La
convocatoria del 15 de mayo era una manifestación entre otras cuyo común
denominador era lo marginal de sus convocantes. Curiosamente, contó con un
despliegue informativo sin precedentes. Estaban las televisiones, la prensa
escrita y las radios. ¿Por qué? La respuesta es aún misterio.
Han trascurrido tres meses, en ellos se han producido marchas a
Madrid, la toma de la Plazas y su posterior abandono, en el otro lado tenemos
una generalización de la represión policial. Se acabó el contemporizar. En este
ir y venir, no todo lo que brilla al interior del movimiento es oro. Acólitos y
críticos se cruzan descalificaciones. Quienes ven con recelo la deriva del 15M
centran sus argumentos en el discurso antipartidista. Ni de derechas ni de
izquierdas. Esta declaración es suficiente para que militantes de izquierda
unida se sientan interpelados. En su defensa arguyen que hay que diferenciar
entre el bipartidismo PSOE y PP y su coalición. Dudan del discurso
“apartidista”. Lo tachan de confuso o directamente reaccionario. No son conscientes
de haber desarrollado un entramado light para enfrentar los recortes
salariales, la falta de democracia, las políticas privatizadoras y los
megaproyectos. Miran hacia otro lado, declarando lo impoluto de su organización
en temas de corrupción y tráfico de influencias. No son conscientes que tras
las últimas elecciones, sus dirigentes, en algunos ayuntamientos sellan
alianzas con el PSOE. En parte en eso consiste el malestar de los indignados
hacia el comportamiento de los partidos políticos y su rechazo a la política
pactada desde arriba.
En el otro lado, aquellos que se consideran impulsores del
movimiento apelan al sentido inclusivo del movimiento 15M, donde caben
progresistas, apartidistas, anticapitalistas, antisistémicos, gentes de
izquierda y también de centro derecha. Proabortistas, antiabortistas,
defensores de la universidad laica o religiosa, pública o privada. En ello
estriba, dicen, su fuerza y también su debilidad. Integrados en las asambleas y
comisiones influyen rebajando el nivel de las propuestas. Censuran y
discriminan. El carácter asambleario y de comisiones supone un tope a sus acciones. Se practica la
democracia pero se burocratizan las decisiones. La necesidad de aprobar por
consenso no garantiza el cumplimiento de lo acordado. Es un arma de doble filo,
se confunde con unanimidad y si hay quien se declara radicalmente en contra, la
propuesta se elimina del consenso. La casuística para sortear escollos es
variopinta. Así avanza un movimiento entre cuyos principios irrenunciables está
cuestionar y poner en evidencia las malas artes de la clase política. Mínimo
imprescindible para abrir la puerta y construir una plataforma desde abajo.
Nadie puede vaticinar su futuro en el medio y largo plazo. Sin duda, su
presencia ha cambiado por completo el panorama político en España. Una juventud
con la cabeza bien amoblada, dispuesta a trabajar y sacar adelante una
plataforma de mínimos democráticos es un oasis en medio del desierto. Han
creado prácticas democráticas allí donde había verticalismo, falta de diálogo y
sectarismo. La sola convocatoria de asambleas de barrio y pueblos en cientos de
ciudades de España, era algo impensable hasta el 14 de mayo de 2011.
Hay mucho camino que andar. Aprobar propuestas por consenso obliga a
dialogar, extender y ejercer la crítica. Sin duda, retrasa las decisiones, pero
es un verdadero ejercicio democrático. En esta lógica, las asambleas de barrio
y pueblos permitirán dar continuidad a un proyecto nacido desde abajo y en pro
de recuperar el espacio público una vez desmanteladas las acampadas. Se trata
de hacer visible la protesta donde jóvenes, estudiantes, desempleados, amas de
casa, trabajadores jubilados y profesionales se reconocen en la participación
política y pública. Ha sido una catarsis donde los ciudadanos, en su dignidad y
en su lucha contra la injusticia, la corrupción y la desigualdad, ponen en
común sus propuestas, la rebeldía y la indignación.
Sin embargo, nada se cambia de la noche a la mañana. Hay que ir paso
a paso. Sumar voluntades. Unos aportando experiencia y aprendiendo nuevas
prácticas con humildad y sin protagonismos mediáticos. Mientras tanto, otros,
una generación que pisa fuerte se hace protagonista de su futuro. Entre todos,
debemos rescatar la política de quienes la han secuestrado haciendo de ella un
oficio espurio, alejado del bien común y dependiente de los poderes
empresariales y financieros. El esfuerzo vale la pena. Ojalá entre todos
logremos el objetivo, por ello la indignación se organiza.
NOTAS
[1] Profesor Titular de sociología.
Facultad de Ciencias Políticas y Sociología. Universidad Complutense de Madrid.
2 Cortes, Miguel Ángel, Hirselfeld,
Guillermo: Una agenda para la Libertad. Ediciones FAES. Madrid 2007. Págs. 32 y
33.
3Hessel, Stéphane: ¡Indignaos! Editorial
Destino , Barcelona, 2011.Pág. 45.
4Hernández Navarro, Luis: “El 15M: la hora
del despertar.” ; en La Jornada dominical.
http://w.w.w.jornada.unam.mx/2011/08/14.
5″El gobierno de Madrid censura los
contenidos del 15-M en las bibliotecas públicas”. En http://www.rebelión.org.
13/08/2011.
6 Citado por el Sub Comandante Insurgente
Marcos en:” Apuntes sobre las guerras. Carta primera a Don Luis Villoro
Toranzo. Enero-Febrero 1011″ Revista
Rebeldía. año 9, Nº 76. Pág. 40.
7 Ibídem. Op. cit. pág. 41.
8 Hay países que entre sus líneas de
investigación financian la tecnología e instrumental para la represión. Sus
beneficios son incalculables. España, Israel o Estados Unidos figuran entre los
primeros lugares de la lista.
9 Sub Comandante Insurgente Marcos: “De la
reflexión crítica, individu@s y colectiv@s” (Carta segunda del intercambio
epistolar sobre ética y política); en Revista Rebeldía Nº 77. Año 9 Mayo 2011.
México. Página web: http://revistarebeldía.org
10 Cuando se acusa al 15M de no tener
propuestas, cobra mayor importancia relevar esta propuesta. Por ello se
detallan, a continuación, sólo sus enunciados, abstrayendo el desarrollo
interno de cada uno de ellos. Veamos. 1. Sometimiento a referéndum vinculante
la última reforma laboral y de pensiones; 2. Reducción efectiva de la jornada y
de la vida laboral; 3. Dación en pago para saldar la deuda hipotecaria de las
familias en condiciones de precariedad y paralización de los desahucios; 4.
Creación de un parque de vivienda público en régimen de alquiler social; 5.
Incremento de los ingresos fiscales mediante la profundización en la
progresividad del sistema fiscal y la lucha contra el fraude; 6.Prohibición de
expedientes de regulación de empleo en empresas con beneficios; 7. Someter a
referéndum vinculante un eventual rescate y cualquier medida de ajuste o
recorte impuestos por organismos internacionales; 8. Paralización inmediata del
expolio y privatización de las cajas de ahorro y reforzar el sistema financiero
público bajo control social; 9. Control democrático y transparencia de las
actividades bancarias públicas y privadas; 10. Abolición de los paraísos
fiscales; 11. Crédito público para las pequeñas y medianas empresas; 12.
Cumplimiento de la ley de pronto pago; 13. Moratoria del pago de la deuda externa
de países terceros con el Estado español hasta la realización de una auditoría
integral por expertos independientes y agentes sociales; 14. Moratoria del pago
de la deuda externa pública del estado español hasta la realización de una
auditoría integral; 15.Cumplimiento por parte de las empresas transnacionales
de titularidad y capital español de la legislación más garantista en materia de
derechos, y 16. Implantación de un sistema de impuestos global orientado que
garantice una redistribución progresiva de los recursos a nivel global.
11 Romero Ortega, Aitor: “Reflexiones
accidentales sobre el Movimiento 15-M.”; en Hablan los Indignados. Propuestas y
materiales de Trabajo. AA.VV. Editorial Popular. Madrid 2011. Pág. 25.
12
Existen ediciones en todas las lenguas. Su lectura fue un atractor para
promover la lucha contra la indiferencia apostando por la insurrección
pacífica. En Francia vendió más de un millón y medio de ejemplares en menos de
un año. En España, su primera edición de febrero de 2011 pasó casi inadvertida.
Tras el 15M, se vende en los centros comerciales, El Corte Inglés, VIPS y
librerías de barrio. Un Best-Seller a pesar de las intenciones de su autor. Lo
cual no le resta un ápice de verdad a su denuncia.
13 Hessel,
Stéphane: ¡Indignaos! Ediciones Destino. Barcelona.
2011. Págs. 32 y 33.
14 Sennett, Richard: La corrosión del
carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo.
Anagrama. Barcelona, 2ª edición 2000. Pág. 10.
15 Semprún, Jorge: Federico Sanchez se despide
de ustedes.Tusquets editores. Barcelona. 2011. Pág. 48.
16 Vidal-Beneyto, José: La corrupción de la
democracia. Libros de la Catarata. Madrid 2010. Pág. 54.
17 La democracia en América latina. Hacia
una democracia de ciudadanos y ciudadanas. PNUD. Buenos Aires 2004. Pág. 11.
18 Véase el Prólogo de Maurice Blanchot al
texto de Zola; en Zola, Emile: Yo acuso. Editorial Viejo Topo. Barcelona 1998.
Págs. 3-19.
19 Zola Émile: Yo acuso. Editorial Viejo
Topo. Barcelona 1998. Págs. 97 y 98.
20
Wright Mills, Charles: La imaginación sociológica. FCE. México. 1976.
Pág. 238.
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