Río de Janeiro: de la ciudad maravillosa a
la ciudad-negocio
Los
indignados de Brasil
Raúl
Zibechi
Publicado
en La Jornada. 23 de junio de 2013
Este reportaje vislumbró los acontecimientos
actuales en Brasil. Fue publicado originalmente en el sitio kaosenlared.net el
26 de diciembre de 2012
Marcan
tres letras, SMH, y un número, y ya se sabe que las van a derribar. A simple
vista, una de cada tres o cuatro casas de Villa Autódromo están marcadas.
Inalva
Britos es profesora jubilada de 66 años. Hija de emigrantes nordestinos, tres
décadas atrás llegó a la villa que era un refugio, una isla de libertad bajo la
dictadura militar. El barrio se pobló con militares expulsados del ejército,
profesores y pescadores. Ahora integra el Comité Popular de la Copa y Olimpiadas,
ya que los megaeventos amenazan desalojar a quienes llevan treinta años
viviendo junto al autódromo.
La
ciudad maravillosa se ha convertido en el lugar de mayor concentración de
inversiones públicas y privadas del mundo, gracias a los grandes eventos de
esta década: la conferencia Río+20 celebrada en 2012, el Mundial de 2014 y los
Juegos Olímpicos de 2016, a lo que deben sumarse los Juegos Mundiales Militares
de 2011 y la Copa Confederaciones de 2013. Se calcula que hasta 2020 la ciudad
recibirá mil millones de dólares para obras de infraestructura, servicios e
industria.
Los
megaeventos van de la mano de megaemprendimientos, que están radicados en tres
lugares y tienen como trasfondo el petróleo de la capa pre-sal, puertos,
siderurgia y mineral de hierro: el complejo de Açu en el norte de la ciudad,
para la exportación y procesamiento de mineral de hierro que proviene de Minas
Gerais; el puerto maravilla, que supone la remodelación del centro para
convertirlo en espacio turístico; y la bahía de Sepetiba, al oeste, donde se
trasladará la operativa del puerto de Río.
Estas
gigantescas inversiones tienen su cara oculta: el desalojo de miles de familias
y la consolidación de un modelo de seguridad que militariza la pobreza, como
asegura el último informe de la Comisión de Derechos Humanos del parlamento del
estado de Río. En 2011 fueron desaparecidas 5 mil 488 personas, hubo 4 mil 280
homicidios y 524 ejecuciones sumarias bajo la modalidad de autos de
resistencia, figura legal nacida en la dictadura.
La
policía de Río tiene el récord mundial de muertos en enfrentamientos armados,
asegura el informe de la comisión. En Sao Paulo la policía provoca 0.97 muertos
cada 100 mil habitantes, en África del Sur 0.96 y en Río 6.86. En Sao Paulo la
policía detiene a 348 personas por cada muerto que provoca, mientras en Río son
apenas 23 detenidos por muerto.
Polvo
de plata
Marta
se arrellana en el sillón, alisa el pañuelo que le cubre el pelo, tan oscuro
como su piel y saca unos frascos pequeños de su bolso. Cada frasco está
prolijamente tapado con un corcho y sobre sus laterales aparecen dos símbolos:
una calavera negra y una mano con las letras TKCSA. Dentro, un polvo gris
brillante que recoge cuando barre el patio de su casa, a 500 metros de la
chimenea de la enorme siderúrgica.
Estamos
en la casa de Telma, en la periferia de Santa Cruz a poca distancia de la mayor
siderúrgica de América Latina, la Compañía Siderúrgica del Atlántico de la
alemana Thyssen Krupp (TKCSA). La ciudad de más de 200 mil habitantes está a
una hora de Río junto a la bahía de Sepetiba, refugio de aves endémicas y
migratorias por sus bosques y manglares. Por ser un ambiente marino de
transición, estuarios donde convergen aguas marinas y dulces de los ríos, es
lugar privilegiado para la pesca.
Santa
Cruz forma parte de la periferia oeste de Río, la más pobre y la que más creció
en las últimas décadas. Llegamos luego de atravesar Barra de Tijuca, la zona
residencial de las clases medias altas, en la misma franja costera de las
célebres Copacabana, Ipanema y Leblon. La región sur de la ciudad, la que
concentra los mejores servicios y la edificación lujosa, parece apenas un
paréntesis entre las favelas del centro de Río y esta región oeste, dormitorio
de trabajadores y subocupados.
En
los planes gubernamentales figura convertir la bahía de Sepetiba en un gran
polo siderúrgico y portuario, junto al vecino puerto de Itaguaí donde la marina
desarrolla su programa de submarinos nucleares. En la década de 1980 se
desarrollaron dos polos industriales en Santa Cruz, cuyos efluentes dañaron
manglares y pesca. En 1986 la región litoral de la bahía fue declarada área de
protección ambiental.
El
nuevo ciclo de desarrollo de Brasil llevó a la bahía a la petrolera Petrobras,
a las siderúrgicas Gerdau y TKCSA, y varias empresas de menor tamaño. Entre
ellas promueven la construcción de un enorme puerto, que se suma al puerto y
astillero de la marina en Itaguaí, con capacidad para drenar 50 millones de
toneladas de mineral de hierro. Sepetiba se convierte en el puerto alternativo
al de Río de Janeiro.
Las
grandes obras tienen impactos poderosos. Para tener idea del tamaño del
proyecto, los miembros del Instituto de Políticas Alternativas para el Cono Sur
(PACS) aseguran que la obra para construir la siderúrgica TKCSA (que produce 10
millones de toneladas anuales de acero) ocupaba un espacio similar a la suma de
los barrios cariocas de Leblon e Ipanema.
Hasta
la llegada de la industria la población vivía de la pesca y la artesanía,
estaba integrada por quilombolas, indios, pescadores artesanales y pobladores
del litoral marítimo. La primera agresión que sufrieron fue el desalojo de 75
familias del MST que estaban acampadas en el predio que ocupa TKCSA, donde
acampaban desde hacía cinco años viviendo de la agricultura.
La
segunda agresión afecta a los pescadores. La TKCSA no pudo instalarse en el
estado de Maranhão, en el nordeste, por la potente movilización de pescadores,
ambientalistas, sindicatos, iglesias y autoridades. Ahora las aguas de la bahía
están contaminadas con cadmio, plomo y zinc. Como consecuencia de la
instalación de equipos y de la masiva circulación de barcos de gran calado
amplias zonas de la bahía están excluidas para la pesca. Más de 8 mil
pescadores se quedaron sin su fuente de vida.
El tercer
impacto es sobre la población en su conjunto. La Secretaría de Medio Ambiente
del estado calculó que la TKCSA eleva 76 por ciento las emisiones de CO2 en Río
de Janeiro y emitirá 12 veces más gas contaminante que toda la industria del
estado. El hierro en el aire aumentó mil por ciento, según estudios oficiales.
Los
resultados son evidentes. Miguel, pescador desde hace cuatro décadas, asegura
que sacaba hasta 80 kilos de corvina y parati y que ahora apenas recoge tres
kilos cuando sale con su barca. Los 8 mil pescadores estamos desempleados y en
trabajos informales, se queja con rabia e impotencia. Nueve asociaciones de
pescadores artesanales están denunciando la contaminación y resistiendo la
siderúrgica.
La
lluvia de plata que recoge doña Marta en sus frascos es consecuencia de que la
empresa almacena arrabio en pozos al aire libre que termina siendo arrastrado
por el viento. Las autoridades ambientales desconocían la existencia de esos
pozos y la TKCSA aún no tiene autorización legal para operar.
Como
sucede en todos los casos de agresión ambiental y social por las grandes
empresas, la población está dividida. Los pobladores organizados son apenas un
puñado, aunque las organizaciones de pescadores y profesores rechazan la
siderurgia. Hay miedo, dice Marta. Ellos son poderosos y fuertes y los vecinos
se sienten pequeños, aunque todos saben que algo malo está pasando con su
salud. Alude a la multiplicación de afecciones respiratorias, de la vista y la
piel.
Agrega
que como las empresas modificaron el curso del río, los barrios más pobres se
inundan cada vez que llueve. La palabra milicias se pronuncia en voz baja.
Nadie se atreve a preguntar y los pobladores nunca hablan del tema ante
desconocidos. Estas bandas armadas ilegales de policías, bomberos y militares,
controlan, en todos los barrios pobres y en las favelas, el transporte, la
distribución del gas y la seguridad del pequeño comercio.
Las
milicias trabajan junto al poder político local y del estado de Río de Janeiro,
y son apoyadas por algunos partidos porque las consideran un mal menor frente
al narcotráfico. En Santa Cruz apoyan a las multinacionales controlando a la
población que protesta y resiste.
El
cielo y el infierno se tocan
Cada
escalón es una exhalación dolorosa y una gota de sudor. El termómetro marca 36
grados a la sombra mientras Carlos Walter (quien nos conduce durante todo el
recorrido) asegura que la sensación térmica es de 45 grados Celsius. La subida
parece interminable. El Morro de Providencia es tan empinado que los coches
deben quedar a mitad de camino. Nos acompaña Marcia, una mujer tan alta como
elegante que porta su pobreza con orgullo. Integra la Comisión de Vecinos por
Derecho a la Vivienda.
Nos
conduce cuesta arriba por escaleras y callejuelas laberínticas, entre gruesos
caños de agua en los que se incrustan pequeños caños blancos que abastecen a
los domicilios. Cada pocos metros tiene la gentileza de parar para mostrarnos
los huecos dejados en la favela por las máquinas que aquí y allá derribaron
viviendas por razones de seguridad para las familias. La elección se antoja
caprichosa.
“Ésta
–señala un enorme pozo repleto de escombros, trozos de chapas, maderas y restos
de ropa– fue derribada con la familia dentro.” Parece un mal chiste en un día
de calor insoportable, pero el estupor que causó el relato permitió un descanso
más largo que en las otras paradas. Seguimos cuesta arriba, hasta que llegamos
a un punto donde la vista de la ciudad es, aunque suene vulgar, maravillosa.
Agua
fría embotellada, sillas de plástico y un balcón enorme volcado hacia el puerto
y la bahía de Guanabara. Debajo nuestro, el puente a Niteroi de 13 kilómetros,
las islas y las autopistas, y la Cidade da Samba. Girando la cabeza se divisan
el Pan de Azúcar, el Cristo del Corcovado, verdes y recortadas montañas a lo
lejos y el Sambódromo bien cerca. Estamos bien arriba del =0.
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