ideales de la emancipación
José Steinsleger
Miércoles 14 de julio de 2010
José Steinsleger
Miércoles 14 de julio de 2010
Aclaración al título: donde no trataremos de las ideas emancipadoras que eclosionaron en 1810, sino de las que se cocinan hoy. Disparador de estos apuntes: la síntesis de Emir Sader, publicada días atrás en varios medios de comunicación (Algunas tesis equivocadas sobre América Latina y el mundo”, La Jornada, 11/07/10).
Implícitamente, el profesor brasileño nos recuerda que los acontecimientos sociales y políticos no se producen por generación espontánea. Suelen, claro está, ocurrir de manera repentina. Pero con señales anticipatorias que se incuban, maduran y eclosionan como resultado de la creación de condiciones que los hacen posibles.
Subrayemos: “…de la creación de condiciones que los hacen posibles”. En consecuencia, si esto es así, los conceptos de autonomía, emancipación, independencia, revolución o socialismo no serían sinónimos, ni guardarían relaciones mecánicas.
El bicentenario nos encuentra en otra longitud histórica, aunque de similar sintonía: derechas (conservadores y anexos) que sostienen todo-está-bien-como-está, e izquierdas (liberales y anexos) que sostienen lo contrario. Del accionar derechista sabemos mucho. ¿Y del izquierdista?
A inicios de 1990, cuando el neoliberalismo alcanzó el clímax, se produjo un fenómeno curioso: izquierdas y derechas coincidieron en negarle a la política su razón de ser. Y, con desangelada premura, creyeron que la “globalización” conduciría a la desaparición de la forma “Estado-nación”.
Buena parte de las izquierdas sintieron que la “globalización” abría las puertas a una suerte de nueva “fraternidad proletaria”, en tanto las derechas creyeron que el libre mercado afinaría las notas faltantes en las partituras de la armonía universal.
Profecías fallidas. El nacionalismo agresivo vuelve por sus fueros en Estados Unidos, Gran Bretaña, Israel y, en América Latina, varios estados retoman los ideales de la anfictionía esbozados por Simón Bolívar. Mientras Europa, la siempre tironeada Europa, asiste hoy con impotencia a una crisis que ha puesto en cuestión sus propios ideales de unidad.
¿Y México? Llevamos 30 años analizando un proceso de involución, opuesto al evolutivo del periodo 1920-80: desmantelamiento de plantas productivas orientadas hacia el mercado interno, flexibilidad laboral, pérdida de conquistas sociales y derechos ciudadanos, desagrarización, migración hacia el norte y las grandes ciudades, y leyes que identifican protesta social con terrorismo.
¿Marchamos, indefectiblemente, hacia la total centrifugación del Estado y la entronización del poder mafioso subregional? ¿No queda, en la patria soterrada, ningún reservorio de fuerzas dispuestas a conjugar, dialécticamente, el potente acervo de reflexiones y experiencias atesoradas en 1810, 1857, 1910, 1968, 1988, 1994?
La metodología de análisis (y no el método) asfixia y paraliza a las izquierdas que se imaginan radicales. Abajo y a la izquierda. Ideales claros, sin duda. ¿Y la política? Algunas izquierdas esperan que todo surja de abajo, y otras que todo llegue de afuera. ¿Cómo hacer para que se emancipen de sí mismas?
Kant distinguía entre sensaciones y percepciones de un lado, y conceptos e intuiciones, por el otro. Decía que las intuiciones sin conceptos son ciegas, y los conceptos sin intuiciones son vacíos. Para Kant, el concepto era el marco de la experiencia posible, y que si bien hay ciertas reglas (a descubrir) para ordenar la experiencia posible, la admisión de marcos conceptuales no equivale, necesariamente, a concebirlos como elementos a priori.
Los hombres y mujeres de la primera independencia no dieron luchas librescas. Los más ilustrados abrevaron sus conocimientos en los libros, pero la guerra y la política encendieron sus luces. A cada cual según su capacidad; a cada cual según sus necesidades, dijo Carlos Marx en su Crítica al Programa de Gotha (1875). Pero ¿Marx o… Benito Juárez?
Exhumando la correspondencia del Benemérito, el escritor cubano Armando Hart Dávalos subrayó una frase interesante, fechada el 11 de enero de 1861 (o sea, catorce años antes del Gotha): “A cada cual, según su capacidad, y a cada capacidad según sus obras y su educación. Así no habría clases privilegiadas, ni preferencias injustas”.
Las inquietudes de Sader han encarado las dificultades de unas izquierdas que parecen condenadas a ser buenas en asuntos de solidaridad (ideología), denuncia (ética) y diagnóstico (pensamiento crítico), dejando mucho que desear en estrategia (política), reflexión (filosofía) y las propuestas viables para reorientar la feroz destrucción neoliberal en todas las dimensiones de nuestra realidad (economía, educación, cultura).
Menudea, en ciertos círculos izquierdistas, un nuevo tipo de hipercriticidad que, so pretexto del “derecho a la crítica”, rechaza todo lo que hace un gobierno por considerarlo contaminado y sospechoso. Bueno, concedamos que en algunos países (México, Colombia), la hipercriticidad es comprensible.
Tampoco eso es lo importante. ¿Cuál sería, entonces, la carga de izquierda que una sociedad (cualquier sociedad) está dispuesta a tolerar?
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