Dependencia y resistencia, las dos caras
del campo mexicano: Armando Bartra
A partir de un
análisis del desastre alimentario que viene después del arrasamiento dejado por
el Huracán Manuel, el filósofo advierte que no hay herramientas para enfrentar
la pobreza moderna en el campo.
JAIME QUINTANA
GUERRERO
Publicado en Desinformémonos
México. El campo mexicano va “de
peor en peor”, afirma el investigador Armando Bartra, quien indica que crece la
dependencia alimentaria por la mercantilización de los productos, lo que los
gobiernos aprovechan para renovar el clientelismo y hacer mercadotecnia
política. La otra cara de la moneda, contrasta, es la voluntad de los pueblos
para seguir viviendo como comunidad.
“La gente del campo enfrenta un
tipo de pobreza distinta a la histórica. A la actual no la pueden combatir, no
hay formas ni saberes utilizables para enfrentarla”, declara en entrevista con
Desinformémonos Armando Bartra, académico e
investigador del campo mexicano.
En la pobreza moderna, a la que
ya nos acostumbramos, describe el escritor, la gente vio cómo se destruyeron
sus estrategias de sobrevivencia anteriores. “Sabe que hay que apretarse el
cinturón, que es una pobreza colectiva y solidaria. Es la pobreza de la vida”.
Anteriormente había escasez y desnutrición, pero hoy, resalta el autor de
Hambre. Carnaval. Dos miradas a la crisis de la modernidad, la gente no sabe
qué hacer ante ello porque sus recursos están destruidos.
Bartra cuestiona que en México,
la gente que enfrenta hambre es justamente la que produce los alimentos. “¿Por
qué la Cruzada Nacional Contra el Hambre va orientada a las comunidades que
pudieron producir sus propios alimentos? ¿Y por qué los campesinos, cuando hay
temporales, tienden la mano cuando llega Rosario Robles – secretaria de
Desarrollo Social del gobierno de
Enrique Peña Nieto- a entregarles algo que finalmente ellos producen? ¿Cómo es
posible que quienes tienen en sus manos la tierra, y en sus saberes la
posibilidad de generar la alimentación, sean los mayores afectados y sufran más
por la falta de comida?”.
La respuesta a la paradoja de
campesinos sin alimentos de es que el problema no es tenerlos, explica, “sino saber generarlos y producirlos, que es
distinto a poderlos comprar”. La alimentación se convirtió en un problema de
mercancía y de capacidad adquisitiva. Por ello, detalla, “el más pobre es el
que se muere de hambre, independientemente de que cultive los alimentos, o
pueda hacerlo”.
Las distintas políticas de
asistencia social y programas de combate a la pobreza modificaron la percepción
que las personas tienen de los alimentos y su propia sobrevivencia, indica el
académico. “Hoy, si no llega el pan de caja, el refresco, el atún, el aceite,
el arroz, etcétera, la gente se siente desamparada”, afirma. Los ciudadanos son
más dependientes alimentariamente que antes, “lo que es inadmisible”, y se
generó una nueva lógica de consumo, explica el autor de La Utopía Posible.
La vida en el campo no es fácil,
agrega. “No es el paraíso terrenal, con esa idea de que vas y recoges la
frutas, que la madre naturaleza te protege y que con plantitas te curas, y que
antes vivíamos muchos años. Vivir en el campo es un tipo de pobreza y
escasez manejable”.
El experto señala que en el nuevo
gobierno priista, llegan los funcionarios a las comunidades con el pretexto de
depurar el padrón de beneficiarios de los migrantes y los muertos, pero “ni
madres. Van a recrear el clientelismo”, afirma.
La mercadotecnia política se suma
al clientelismo revivido: “Van los funcionarios públicos a tomarse la foto.
Ahora tenemos a Enrique Peña Nieto con el copete mojado, en labores de
salvación. Los desastres naturales se usan como mercadotecnia política y el
hambre de la gente como programa clientelar”.
La Cruzada Nacional Contra el
Hambre no es un programa, aclara Bartra, pues “no tiene recursos propios. Es
una supuesta coordinación de programas y una nueva visión clientelar”. La
lógica detrás de ella es volver a hacer clientes a quienes ya eran
beneficiarios de ellos. “Les dicen, si tenías derecho a tal o cual programa,
tienes que hacer méritos”. El filósofo califica de “perverso” el modo de
funcionamiento de la Cruzada.
Desastres naturales, agravados
por la mercantilización
El 15 de septiembre de 2013, dos
huracanes arrasaron cientos de comunidades de Guerrero, Oaxaca, Veracruz y el
norte de país, con daños incalculables, decenas de muertos, casas, carreteras y
siembras destruidas. En estas catástrofes “tenemos pueblos que de por sí están
en una situación de enorme fragilidad. Se quedaron aislados. Antes tenían una
mayor capacidad de sobrevivir con sus alimentos autogenerados, pero hoy la
perdieron, en muchos casos”.
La lógica del dinero cambió la
vida campesina, considera el filósofo, pues el elemento mercantil hace que haya
más dependencia. “Si no puede llegar el camión refresquero, cervecero o de
comida chatarra, la gente se va a morir de hambre. Si no me llega
Oportunidades, no voy a poder comprar lo
necesario para vivir”, explica. “Eso hace que un temporal como el que pasó
Guerrero se vuelva inmanejable”.
Bartra relata que hace más de
veinte años, una tormenta arrasó en la Sierra de Puebla con huertas, milpas y
vías de comunicación. La gente “en dos o tres días ya no tuvo nada que comer,
porque le dedicó la mayor parte de su tierra al cultivo del café”. Este
producto sustituyó a los otros, explica, pues los campesinos pensaron que con
lo que vendieran, comprarían maíz, frijol y arroz, “y de pronto las vías de
comunicación se cortaron y ya no tenían que comer. Descubrieron que dependían
de los alimentos traídos de fuera y decidieron cultivar café y hacer milpa”.
El filósofo agrega que una de las
razones por las cuales el impacto de los huracanes fue tan severo es porque no
hay árboles. “Nos acabamos el monte y por eso es más fácil que vengan los
aludes. Si no tenemos monte, la tierra se va a llevar las calles, las
carreteras y pueblos. Necesitamos recuperarlo. De todos modos habrá temporal, y
lluvia; se tumbará la milpa, pero no se va a llevar el pueblo”.
La gente se da cuenta de la
necesidad de los árboles cuando llega el temporal y sucede el desastre. “Se
requiere ayuda de afuera. Los chilangos podemos ayudar con alimentos para la
Montaña, Costa Chica y Costa Grande, pero no se puede estar tan desprotegido.
Estás en un mundo que manejabas, pero ahora es más difícil con el cambio
climático que nosotros provocamos como mercado”.
Las viejas nuevas labores del
ejército
A raíz del desastre traído por
los huracanes, apunta Bartra, el Estado decidió recurrir no sólo a recursos
externos y a la solidaridad, sino a las fuerzas armadas. En Guerrero, la
Cruzada Nacional contra el Hambre también se implementa de la mano de los
soldados. “Fue acuerdo de los gobiernos del estado y federal entrar a las zonas
campesinas implementando el Plan DN-III Social, que consiste en que el ejército
ayude en el plan de alimentación”.
“Tenemos en Guerrero una
perversión sobre otra perversión”, explica Armando Bartra, quien escribió el
libro Guerrero Bronco. Campesinos, Ciudadanos Y Guerrilleros En La Costa
Grande. “Tienes una situación desastrosa por el temporal y por la presencia del
narcotráfico y del ejército. Además, la Montaña está pagando una deuda
histórica por la deforestación”.

Estudiosos de los movimientos
sociales, Bartra señala que el Partido de la Revolución Institucional (PRI),
siempre manejó los acuerdos con el narco. “Felipe Calderón, de una manera descarada,
desata una guerra que ya no es persiguiendo a la guerrilla, aunque ahí están el
Ejercito Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI) y el Ejército Popular
Revolucionario (EPR). El ejército se convierte en un cartel diferente”.
En Guerrero, ante una violencia
“entripada”, expone el investigador, los habitantes decidieron proporcionarse a
sí mismos justicia. “Descubres que la seguridad es producto de la vida
comunitaria, con una decisión de asamblea y una coordinación de comunidades”,
señala. Por 17 años, el modelo funciona bien, “se acaba esa violencia de
pueblo, se genera un tipo de justicia de compensación, se reeduca”, afirma
Bartra. Entonces, entra el ejército.
“Lo que están haciendo es
remilitarizar la zona, y no en cualquier
lado, sino donde hay más organización comunitaria. Fragilizan el tejido social,
descomponen la economía, destruyen tus estrategias colectivas, y ya que estas
bien madreado, llegan para cortarte el pelo y arreglarte los dientes, o hacer
ollas y darte de comer”.
Debilitar a una comunidad es
parte de la estrategia -“que venga el ejército y nos regale comida”, insiste-,
pero la otra cara “es que la gente no se deja, es la dignidad. Pueden haber
derrotas y fracasos, pero los campesinos siguen ahí y hay resistencia para
rato”.
Relato de una destrucción del
campo
Mientras México va de mal en
peor, “el campo va de peor en peor”, afirma Bartra, pues actualmente hay
destrucción de los tejidos social, productivo, y del medio ambiente.
En los años sesenta, “México fue
autosuficiente en granos básicos -maíz, frijol, etcétera- y llegamos a ser
exportadores modestos”, informa el académico. Entre 1970 y 1980 se vivió una
crisis agraria, en la que se redujo la producción de maíz y se dieron problemas
de abasto. La crisis se asoció a “precios no remunerativos” de los productos:
si la cosecha era comercial, el precio era insuficiente para pagar los costos,
y al final se desalentaba la producción maicera.
El problema mayor, resalta
Bartra, es que ya había una o dos generaciones de hijos de ejidatarios sin
tierra, pues los ejidos dotados en la primera época del cardenismo y las posteriores ampliaciones ya no eran
suficientes para dar a los campesinos nuevos parcelas propias. De ahí vino la
lucha de recuperación de tierras de los setentas y ochentas.
En ese tiempo, una familia
campesina se caracterizaba por abundancia de fuerza de trabajo, es decir,
“muchos jóvenes y muy poca tierra. La capacidad laboral era comparativamente
enorme y el pedacito de tierra muy pequeño. Se rentó, se pidió, pero no
alcanzaba”.
En términos absolutos el campo
mexicano siguió en crecimiento. Las familias eran numerosas, los pueblos densos
y había presión sobre la tierra. Los programas estatales de los setentas y
ochentas fueron muy costosos, señala Bartra, además de corruptos. De ellos
vivieron varios secretarios de Estado, afirma el estudioso. “Era el paraíso de la burocracia, de la
corrupción, del clientelismo, pero como quiera que sea, había programas
sociales comprometidos con fomentar la agricultura”, reconoce Bartra. La
situación terminó con la entrada de México al Acuerdo General sobre Aranceles
Aduaneros y Comercio (GATT) y después al
Tratado de Libre Comercio.
El gobierno de Carlos Salinas de
Gortari efectuó una política de vaciamiento del campo y sus habitantes, con la
idea de hacer desarrollo urbano industrial, afirma. Predominó la idea de ser
empresario u obrero, pues si eres campesino serás pobre toda la vida. “Ya no
existe el campesino familiar, sino el campesino en vías de ser empresario -uno
de cada 100, y los otros 99 en vías de ser jornaleros o migrantes”, expone.
En la lógica tecnocrática, los
campesinos dejaron de importar pues “no aportan al Producto Interno Bruto
(PIB)”. La actividad primaria -agrícola, forestal, agropecuaria y
pesquera- siempre está por debajo del
cuatro por ciento. “Si en el campo hay 25 millones de mexicanos, que producen
cuatro pesos, para esa lógica sobran. Es la leyenda negra: el campo mexicano no
produce y no aporta, consume y es ineficiente”.
El campo se vació, pero no se
incrementó la capacidad real de absorber la mano de obra por parte de la
industria y los servicios, detalla el
investigador. “Antes los hijos de los ferrocarrileros tenían la esperanza de
que iban a ser ferrocarrileros”; pero esa expectativa ya se perdió, asegura.
“No garantiza nada ser un hijo de un obrero, y no digamos ya en el campo, que
dejó de ser un lugar de futuro, un proyecto de futuro, los jóvenes se van
porque no hay un proyecto exitoso”.
Bartra relata que ya son dos
generaciones a las que se les quitó un porvenir en el campo. “Muchos jóvenes
están en el campo como una maldición, porque no han podido irse después de la
crisis recesiva de los Estados Unidos”, concluye Armando Bartra.
Territorio y pérdida del campo
Bartra expone que en los últimos
15 años se registró una pérdida de los
espacios de control de las comunidades por la expansión progresiva del control
territorial del narcotráfico, por un lado, y los megaproyectos, por el otro.
Además, recalca, las políticas públicas dejaron morir al campo. “No fomentaron
un proyecto rural y se olvidaron de la seguridad y la soberanía alimentaria”.
Como resultado, existe migración pero también una resistencia de los pueblos en
contra del despojo, señala.
“La gente resiste. Tiene esa
enorme voluntad de seguir siendo comunidad. Si migro, lo hago con mi pueblo a
cuestas. No lo olvido, es el lugar al que voy a regresar, donde están mi mamá y
mis hijos, donde voy a envejecer. Es mi identidad”, abunda el académico. Bartra
precisa que se puede ser pueblo incluso en la ciudad de México, pues se trata
de ser colectivo y resistir, no de mirarse como individuos”.
La migración no sólo se lleva a
los jóvenes de sus pueblos, explica Bartra, sino que algunos se vuelven
sicarios. Como contraposición, existe una corriente de reforzamiento del campo.
“Estas dos caras nos definen hoy por hoy. Ya no estamos en los tiempos de
creerle al gobierno las políticas de fomento y que con ellas vamos a salir
adelante”, argumenta. Lo que viene, expresa, son las autonomías y los fueros
ordinarios, “que es lo que se está haciendo abajo y que no es el gran proyecto
nacional”.
Bartra traza en la entrevista una
línea del tiempo de los indígenas y campesinos mexicanos de las últimas cuatro
décadas. Los que en los años setentas arriesgaron la vida para tomar
latifundios y repartirse la tierra; los que en los ochentas se organizaron en
proyectos económicos, como las cooperativas, para conseguir crédito,
fertilizantes, semillas mejoradas, herbicidas, y buscar autonomía de gestión; y
la llegada del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y la
visibilidad de los pueblos indios –con su deseo de seguir siendo pueblos a
pesar del vaciamiento de los territorios.
“Entre los campesinos que
lucharon en los setentas, los que se organizaron en la producción en los
ochentas, y el levantamiento del EZLN, se demostró que podemos gobernarnos en
nuestros territorios, seamos o no indios, y que lo pueblos originarios tienen
una identidad”. La visibilidad que lograron los pueblos indígenas, apunta el filósofo,
no se dio “porque los muy pobrecitos son muy pobres y enfermos y no tienen
donde vivir, sino porque los cabrones se levantaron en armas y dieron un
clarinazo. Demostraron que el país se está hundiendo y que ellos son los
protagonistas de la nueva visión que se tiene de México en los años noventa”.
Los movimientos sociales están
otra vez a la defensiva, valora Bartra. “Ya no es el chahuistle el que cayó,
ahora entraron las tuzas, que se están llevando lo que quedó de maíz. Y las
tuzas son las mineras y los megaproyectos -que pueden ser carreteras, tuberías,
productoras de petróleo, turismo, etcétera”.
Publicado el 07 de octubre de
2013
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