jueves, 17 de diciembre de 2009

América Latina y el ajuste imperial... La Doctrina Monroe

América Latina:
ayudamemoria 2009
José Steinsleger
Miércoles 16 de diciembre de 2009

Washington, 13 de enero (agencias). En su comparecencia ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado, la doctora Jekill (alias de Hillary Clinton) se comprometió a lavar la cara de la diplomacia estadunidense en América Latina: “Usaremos el poder inteligente (smart power)”, dijo la novel secretaria de Estado.

Washington, 11 de diciembre (agencias). La señora Hyde (ídem anterior), expresó su alarma por la “promoción” de Irán en naciones como Venezuela y Bolivia: “Si desean coquetear con Irán deberían ver las consecuencias para ellos, por lo que esperamos que lo piensen dos veces y los apoyaremos si así lo hacen”.

El comentario de la doña tuvo un destinatario preciso: la quinta cumbre de los países de la Alianza Bolivariana de las Américas (Alba, celebrada en La Habana), que condenó “…en los términos más enérgicos la ofensiva política y militar de Estados Unidos sobre la región”.

Curiosamente, Hillary omitió en su arenga a Brasil, país que si bien no pertenece a la ALBA, recibió al presidente de Irán, Mahumud Ahmadinejad, a finales de noviembre. Pero del gigante sudamericano se encargó Arturo Valenzuela, responsable del Departamento de Estado para América Latina.

Valenzuela y el principal asesor de Lula en política externa, Marco Aurelio García, acordaron dar por terminado el trágico sainete hondureño. En septiembre, el derrocado presidente de Honduras, Manuel Zelaya, se había refugiado en la embajada de Brasilia en Tegucigalpa. Opción que, por distintos y similares intereses, fue convenida entre Brasil y Washington para quemar tiempo, y llegar a las fraudulentas elecciones del 29 de noviembre.

Dos meses y medio después, Zelaya pasó a la historia. Con impagable cinismo diplomático, García declaró: “Deseamos que [Manuel Zelaya] salga pronto de la embajada, aún como presidente de Honduras”.

La política exterior de Brasil juega fuerte. Por gravitación natural, los países de la Alba y el imperio lo necesitan. Clara demostración de que si un Estado es económicamente fuerte y políticamente soberano, por izquierda y derecha puede decir (con eufemismos) lo que ambas posiciones desean oír.

Como socio principal del gran capital globalizador y excluyente, Brasil ve con preocupación la expansión militar del Pentágono en Colombia, Panamá y Perú. Sabe, por lo demás, que en lo relativo a Cuba se impone la agenda electoral estadunidense, y que la revolución bolivariana no cortará los chorros de petróleo requeridos por el imperio. Y también sabe, desde hace muchos años, que la geopolítica de Washington apunta al dominio total de la Amazonia, pulmón del planeta.

México continúa esperanzado en que lo salve su anexión virtual al norte, que sólo incluye a la plutocracia y a sus intelectuales lacayos. En Honduras, el golpe civicomafioso interrumpió el sueño bolivariano del presidente Zelaya, dejando relativamente “amarrada” a la subregión. Atento a la lección, el vecino “izquierdista” de El Salvador, Mauricio Funes, declara a diario que su país no quiere oír de la Alba.

Por ende, es probable que el próximo “ajuste imperial” tenga lugar en Nicaragua, gobernada por una pareja de impresentables, que a su vez es hostigada por el victimismo narcisista de encumbrados poetas, escritores y periodistas “de izquierda” que callan el rol de la CIA en la desestabilización interna. O en Paraguay, donde la teología de la liberación no ha podido aún con las mafias políticas legadas por la larga dictadura de Alfredo Stroessner.

En el Cono Sur, las elecciones presidenciales en Bolivia y Chile situaron a sus pueblos en las antípodas de un proceso de emancipación social. Y en Uruguay, antes que la izquierda propiamente dicha, ganó la dignidad cívica. Argentina, en cambio, encuentra crecientes dificultades para conjurar la poderosa ofensiva mediática y política de la extrema derecha. “Maten a la yegua, ¡mátenla!”, le dicen a la presidenta Cristina Fernández.

Guiado por las declaraciones cavernarias de los militares hondureños (“El golpe, para evitar que Chávez tomara Honduras”, “Frenamos el plan expansionista del socialismo”, “Honduras ha parado el plan del comunismo disfrazado de democracia”), algunos “expertos” europeos creen que los fantasmas de la guerra fría aún perviven en América Latina.

En realidad, lo que pervive en el continente es la Doctrina Monroe (América para los americanos, 1823) y su corolario, enunciado por el presidente Teodoro Roosevelt en 1901: “speak softly and carry a big stick” (habla con suavidad y porta un buen garrote).

Hace algunos años, el gran escritor estadunidense Gore Vidal apuntó: “Nuestro país fue construido sobre la mano de obra y energías baratas… Somos demasiado violentos y eso nos hace soberbios… Este país fue fundado por gente violenta… Tenemos que ganar siempre porque creemos en el destino, porque creemos que mandamos en todo el mundo por la mejor de las razones… somos racistas, somos la raza superior, y por ello todavía no podemos creer que unos chaparritos morenitos nos hayan ganado la guerra en Vietnam”.

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