Sigue corriendo la sangre en Oaxaca. El incidente en San Pedro Jicayán, una agresión priísta a maestros de la sección 22, puso a flor de piel la indignación y aparecieron de nuevo marchas y barricadas para desafiar la impunidad, la represión, la destrucción sistemática del estado de derecho. En el papel, se ganó esta baza. Traicionando a los suyos, el gobierno devolverá 58 escuelas a la sección 22, librará órdenes de aprehensión contra los agresores y desaparecerá poderes en los municipios involucrados.
Todo esto es expresión de la normalidad nacional. Prosigue el dominó invertido, la hipótesis que resolvería el supuesto enigma de la permanencia de Ulises Ruiz. Varios gobernadores y el propio Felipe Calderón se estarían diciendo: si fue posible sostener al impresentable Ulises, cerrando filas con él, será igualmente posible sostenerme…
Nada de eso es novedad. Pero la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), ¿qué hay de la APPO? ¿Cuál APPO salió de nuevo a la calle?
Se discute aún si lo ocurrido en 2006 fue mera revuelta popular, que se extinguió, o un movimiento de movimientos que podría reactivarse en cualquier momento.
Fueron las dos cosas. En 2006 estalló el descontento en una erupción espectacular. La represión apagó la erupción, pero el magma volcánico sigue hirviendo en las entrañas sociales y quedan las huellas de la lava que se desbordó en el estallido y se extendió ampliamente.
La revuelta fue expresión de diversos movimientos sociales (los que emergen del tejido social oaxaqueño y las manifestaciones locales de movimientos nacionales e internacionales). Estos movimientos se articulan y desarticulan continuamente, por una variedad de motivos y circunstancias. La de 2006 habría sido una de sus articulaciones más extensas y espectaculares.
Caracterizar a la APPO no es asunto teórico, sino práctico. Desde que nació transcurre en el conflicto entre dos corrientes políticas e ideológicas que se expresan vigorosamente en su seno. Ambas intentan dar a la APPO la configuración y orientación que a su entender son las apropiadas. Y así disputan y conciertan interminablemente acuerdos inestables.
Por éste y otros motivos, la APPO no ha llegado a existir. No es organización ni movimiento. No “somos todos”: ni están todos los que son ni son todos los que están. Tampoco cabe reducirla a sus mecanismos de articulación.
La corriente orientada de forma convencional a la “toma del poder” se enfrentó a cada paso a otra, sumamente heterogénea. Emanada de la experiencia de los pueblos indios, no de un grupo de iluminados, una ideología, un líder o un partido, la unificaban la desconfianza hacia los esquemas cupulares de acción política y las estructuras organizativas verticales y centralizadas, así como un gran desencanto con los procesos electorales, la democracia formal y las instituciones existentes. Intentaba proyectar al conjunto de la sociedad la forma de existencia social y organización política de las comunidades indígenas. Se articuló en torno a la asamblea, la figura que dio nombre a la APPO, pero no la veía sólo como mecanismo de toma de decisiones o ejercicio ritual, sino como componente central de la lucha misma y del régimen político que surgiría de ella: era un dispositivo que evitaba la separación de medios y fines y mantenía el ejercicio autónomo en todo el proceso. Esto planteaba un requerimiento de innovación que no ha podido resolverse, pero ha dado lugar a continua experimentación, particularmente en lo relativo a la tensión y contradicción entre presencia y representación.
La APPO ha sido hasta hoy una posibilidad, un intento. No tiene aún existencia ni realidad. Pero no es un fantasma. A su manera atropellada y dispersa, lo que seguimos llamando APPO expresa el vigor y la vitalidad de una manera de ser y pensar que forma una tendencia política profundamente enraizada en los pueblos de Oaxaca.
Por su origen, como intención y esperanza, la APPO tiende a ser una asamblea de asambleas. Para que lo sea realmente, se necesita primero que las comunidades indígenas, los barrios mestizos y todos los grupos que forman el abigarrado tejido social actual de Oaxaca se constituyan en asambleas capaces de expresar apropiadamente la voluntad colectiva, y que todas esas asambleas se aglutinen en una que las articule democráticamente a todas, conforme al principio del Congreso Nacional Indígena: ser red cuando estamos separados y asamblea cuando estamos juntos, no conforme al principio de representación. En ese camino podrá desaparecer el membrete tautológico, entre otras cosas para contribuir a la reconciliación en una sociedad agudamente polarizada.
Se requerirán aún grandes esfuerzos para que todos los empeños que avanzan en esa dirección se generalicen y para que todos confluyan en la APPO, es decir, que decidan conjunta y simultáneamente darle realidad plena a ese sueño ampliamente compartido.
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